Uzbekistán reconstruye la historia de su etapa soviética según las necesidades de la política económica

El Presidente de Uzbekistán, Shavkat Mirziyayev, ha ordenado que se perpetúe la memoria de todos los uzbekos que fueron perseguidos durante el “stalinismo”. Según datos oficiales del gobierno, hay unos 100.000, de los cuales 13.000 fueron fusilados.

Cambiarán los nombres de las escuelas, de las “mahallas” (bloques de viviendas) y publicarán libros con las biografías de las víctimas. “Imagina las grandes cosas que esta gente podría haber hecho en nombre del desarrollo nacional, la ciencia, la economía, la cultura y la literatura, ¡qué grandes avances habrían hecho nuestros pueblos si no hubieran sido reprimidos! Hoy recordamos esta pérdida con tristeza”, subrayó el Presidente de Uzbekistán.

Los dirigentes de las repúblicas surgidas del desmantelamiento de la URSS se han empeñado en recordar a las víctimas de la URSS o de Stalin porque es un signo de distanciamiento con Rusia y de acercamiento a Estados Unidos. Incluso Rusia ha caído en ocasiones en la reescritura de la historia con el único propósito de complacer al imperialismo.

Durante años dio la impresión de que los nuevos libros de historia eran necesarios para romper para siempre con la URSS en mil pedazos. Aquellos pueblos ya no eran “hermanos”. En Nukus, la capital del Karakalpakstán autónomo, se erigió un monumento a la amistad de los pueblos. Dos muchachas, una rusa y una Karakalpak, aparecían cogidas de la mano. Ahora la joven de Karakalpak está sola; su amiga rusa ha sido destruida.

El antistalinismo es una metamorfosis histórica de la rusofobia. Es algo relativamente normal en países como los Bálticos, pero extraña mucho en Asia central, donde hasta la Wikipedia reconoce que en 1990 no había ningún interés por romper con la URSS ni por salir de ella. Países como Uzbekistán se hicieron independientes con desgana.

Hasta no se levantaron complejos conmemorativos como el “Shahidlar hotirasi”, en memoria de las víctimas de la represión. El primer museo público creado en el Uzbekistán independiente tiene un nombre similar.

El museo está dividido en diez secciones, pero sólo cuatro de ellas están dedicadas al período soviético. El primero se centra en la colonización de Asia central por el Imperio zarista, mientras que el segundo se concentra en los años anteriores al colapso de la URSS. Los ejemplos de opresión se asocian exclusivamente con la URSS y Rusia. Desde entonces la represión ya no existe.

Busto de Stalin en Saylyk

La represión era “rusa”. Después de su independencia, Tashkent hizo una apuesta inequívoca por el nacionalismo, que implicaba la negación de todo el período ruso de la historia. El cruel imperio del norte oprimió al pueblo uzbeko durante siglos. Incluso reniegan de la participación uzbeka en la Segunda Guerra Mundial, presentada como una guerra por intereses extranjeros, en la que el pueblo uzbeko se vio obligado a participar por la fuerza.

Ahora Uzbekistán es la única república de Asia central en la que, según las encuestas de opinión, la mayoría de la población no lamenta el colapso de la URSS, a pesar de que el periodo soviético fue el más gigantesco salto adelante de todos los pueblos de Asia central, pero sobre todo de Uzbekistán. Nunca antes una sociedad agrícola tradicional de subsistencia se transformó tan rápidamente en una sociedad moderna, con fábricas, hospitales y universidades.

Los libros de historia no hablan de eso. Sólo les interesa la represión “stalinista”, gracias a la cual las mujeres uzbekas dejaron de llevar velo y se emanciparon plenamente.

Los nuevos libros de historia de Turkmenistán van más allá: dicen que los turcomanos inventaron la rueda.

En Uzbekistán era habitual que el Presidente Islam Karimov acudiera a Moscú a celebrar la victoria contra el fascismo en la Gran Guerra Patria. Pero a partir de 2016 las cosas empezaron a cambiar. Querían estimular las inversiones internacionales y el turismo, para lo cual hay que hacer lo que las potencias occidentales esperan que hagas. Había que cambiar de imagen para que Uzbekistán pareciera un país moderno, asimilable a cualquier otro.

Tras cuatro años de cambios, la reescritura de los libros de historia y el lavado de imagen, The Economist nombró a Uzbekistán “país del año” y la CNN lo nombró entre los destinos turísticos selectos. Esas cosas son imprescindibles para que un país como Uzbekistán entre en la modernidad, las guías de viajes, las recomendaciones gastronómicas y los reportajes de National Geographic.

Los rusos fueron los primeros en redescubrir Uzbekistán. En los medios de comunicación rusos empezaron a aparecer las bellezas de Samarcanda y fotos en los blogs de turismo. A medida que los rusos llegaban haciéndose fotos, la rusofobia pasaba a un segundo plano. En los discursos oficiales nadie habla mal de Moscú y la Gran Guerra Patria vuelve a cambiar en los libros de historia. Ya nadie derriba más monumentos, e incluso el 9 de mayo se construyó el Parque de la Victoria y se rodaron tres películas sobre la victoria contra el fascismo.

La bestia negra de Mirziyoyev ya no es Rusia, ni tampoco la URSS. El discurso de detiene en Stalin, que es poco más que un fetiche fabricado para recibir golpes. Es una crítica acotada y limitada por las necesidades de la política económica.

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