Un sádico en las ondas: Herrera Carlos

Que así hace llamarse este fascista amanerado con pujos de originalidad para distinguirse de la chusma. No es, en puridad, un fascista como mandan los manuales fascistas, es decir, no es un fascista teórico, ortodoxo, convencido de la doctrina de José Antonio Primo de Rivera de quien, seguramente, no ha leído nada. Y no digamos Mussolini. Además, sabe que eso no vende. Él es un demócrata. Y un arrebatacapas que quiere ser rico apuntándose al discurso parafascista lo mismo que podía haberse apuntado al que llaman «socialdemócrata», pues facultades de sofista le sobran, inclinándose, casi apostando, por el que cree que le hará rico más rápidamente.

Es, por tanto, gentuza sin principios ni moral que, eso sí, odia cualquier atisbo que huela a manifestación popular, salvo que se trate del nacional-folklorismo, léase la gastronomía, los toros y el fútbol y el camino de Santiago, o sea, igual que con Franco.

De su estilo faltón plagado de insultos y matonismos barriobajeros no diremos nada por ser de sobra conocido. De su «talante» liberal y plural dio prueba expulsando en directo a un tertuliano, José María Fidalgo, un arrastrado más vago que la chaqueta de un guardia, vendeobreros y exsecretario general de CC.OO., nada menos, que fue golpeado con una vara en una manifestación por un obrero saliendo trasquilado, fue expulsado, digo, por llevar la contraria a su jefe en vez de lamerle los pies como el resto de pelotas y cobistas repugnantes tertulianos (con Joaquín Leguina y Nicolás Redondo Terreros a la cabeza).

También advertimos en este sujeto unos ramalazos sádicos apenas disimulados en algunos de sus comentarios sobre desgracias humanas, pero lo que oímos el martes 21 supera lo enfermizo de este sádico con micrófono digno de diván. Oigámosle. (Empieza su diatriba matutina a las ocho hablando del volcán en erupción en La Palma de las islas Canarias…). «Bueno, pues ese es uno de los líos que el volcán está provocando en esa zona de La Palma pues son nueve las bocas y yo antes le decía, oiga usted, está en su casa o no, o ha sido evacuado de su casa, pero está viendo cómo en su negocio ganadero, en su negocio agrario, va llegando poco a poco la lava (empieza la sesión de sadismo. Nota mía). Mientras a usted le desalojan, una vez desalojado, ve la tortura que supone para los afectados ver cómo a cámara lenta (subrayado mío) el río de lava se come su casa, sus recuerdos de toda la vida. Porque mire, un tsunami o un tornado no deja tiempo para pensar (filosofa este patán). Luego sí, te encuentras lo que te encuentras, pero por lo menos tienes la sensación (aquí ofrece una tregua en medio de la tensión angustiosa. Otra nota mía) de que bastante has logrado salvando el pellejo (no te quejes, pringao, que podías haber muerto) al salir corriendo, pitando de allí, pero claro la lava avanza (se acerca al clímax este enfermo. Última nota, lo juro) de forma inexorable y te da tiempo para despedirte de lo que ha sido tu vida, con parsimonia casi cruel, es decir, el magma invade las escaleras, la entrada, los cimientos de tu casa, es como un invasor (antropomorfiza el volcán) que comienza a provocar chisporroteos, pequeños incendios, hace crepitar cristales, comienzan a estallar, ceden los cimientos, la estructura se viene abajo, la cubre la lava y desaparece ante sus ojos para siempre y toda esa desolación -con un ruido de fondo que no cesa (pone una musiquilla tenebrosa)-, el de un volcán que ruge continuamente como un gran motor. (Y sigue por si no estuviéramos servidos.) Las chimeneas por las que sale el material no aflojan y se calcula que podrían estar lanzando 20.000 toneladas de bióxido de azufre (¿Será dióxido de azufre?) desde el domingo y las coladas de lava, los ríos de lava (salió el poeta que lleva dentro este garrulo) han llegado alcanzar hasta 15 metros de altura en la parte más avanzada. Imagínese una enorme pared de material fundido que no se detiene ante nada, que sigue buscando el mar. Esa es la situación, el agobio, la desesperación de los que están allí».

Ni Dante describiendo el infierno en su Divina Comedia. O un texto trémulo del Barroco español. O el Cela de su época tenebrista. Un regodeo y regusto mórbido, enfermo, sádico, propio de paranoicos. Por la noche, su mastín Ángel Expósito, pelota hasta el vómito, trata de superar a su maestro, melodramatizando aún más la tragedia no sin antes loar los desvelos y entrega de la Benemérita.

Verdaderamente repulsivo o, como diría mi prima, asqueoso.

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