Si los rusos entregaron Moscú a Napoleón, ¿por qué no entregar Jerson a la OTAN?

Ocurrió hace ya más de doscientos años. Napoléon había ganado a los rusos la batalla de Borodino y esperaba que le entregaran las llaves de Moscú para entrar en medio de un desfile triunfal. Más bien imperial.

Fue en setiembre de 1812 y la “Grande Armée”, el más formidable ejército jamás reunido hasta entonces, no encontró a nadie por las calles. Ni soldados ni vecinos. “La ciudad estaba desierta, como una colmena sin reina”, escribió Tolstoi en “Guerra y paz”. La población había abandonado la capital después de prender fuego a las casas y los establos, la mayor parte de las cuales eran de madera. El incendio duró seis días y es posible que fuera entonces cuando se acuñara la expresión “tierra quemada”.

Tras descansar, vagar por las calles y saquear los restos, las tropas francesas se disponían a retirarse para pasar el invierno. El general Kutuzov les cortó los suministros y Napoleón regresó a París, mientras sus soldados caían diezmados, más por el hambre y el frío que por las bayonetas rusas.

A la retirada de Kutuzov le siguió la retirada de Napoleón porque el mundo real es así. No es un desfile. No funciona según los gustos o las apetencias de nadie. Sigue sus propias leyes y no hay jugador de ajedrez que haya ganado una partida sin sacrificar al menos un peón. Ninguno.

Mijail KutuzovUn ejército de 700.000 soldados reclutados por toda Europa perdió la guerra después de ganar todas las batallas, por lo que Stalin tenía razón cuando recomendaba a los generales del Ejército Rojo que no leyeran sólo a Clausewitz. También debían repasar las campañas militares de Kutuzov, el general tuerto al que los pintores de cámara siempre giraban la cabeza hacia el lado más favorable.

Kutuzov perdió la Batalla de Borodino porque no es fácil frenar una embestida de 700.000 hombres armados. Pero luego acabó con la vida de casi todos ellos, que murieron en la penosa retirada de Moscú, que se prolongaría durante tres meses interminables. Lo que no ganó de frente, lo ganó por la espalda. A lo largo de miles de kilómetros hasta París, el gigantesco ejércto napeolónico fue dejando un rastro de cadáveres, heridos, enfermos, prisioneros, caballos, carretas, cañones, fusiles…

Napoleón estaba en la cumbre de su poderío en Borodino. Tres meses después su declive había comenzado. Es el mayor desastre de la historia militar. No fue exactamente en Moscú sino en la retirada de la capital imperial, que para los rusos tiene una enorme carga afectiva. Apenas permaneció un mes en ella, esperando inútilmente la negociación de un tratado de paz con el emperador Alejandro I.

En las televisiones rusas los tertulianos recuerdan hoy a Kutuzov, el general que hace doscientos años fue capaz de convertir una derrota, la entrega de la capital al adversario, en una victoria. Si fueron capaces de entregar Moscú, ¿por qué no entregar Jerson? Incluso hay factores mucho más favorables porque esta vez el adversario no ha ganado ninguna batalla. Se limita a ocupar el territorio que les permiten los rusos.

A los demás, sobre todo a la población de Jerson, le asaltan las dudas porque sólo hace un mes y medio que votaron a favor de incorporarse a Rusia. Ahora les piden que abandonen sus casas y no saben si volverán pronto a ellas.

También hay quien supone que la retirada es consecuencia de una previa negociación, o bien que es un requisito previo para sentarse a negociar. Es posible que, como Napoleón, alguno tenga que esperar un mes antes de levantarse de la mesa sin mirar cara a cara a su adversario.

En medio de una guerra todo son cábalas y dudas. Los ánimos cambian con cada batalla. Se disparan con los avances y se hunden con los retrocesos. Deberían acordarse de aquel general ruso que era tuerto.

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