Puigdemont y el exilio republicano y antifascista son fenómenos homogéneos

Y, por descontado, comparables.

Iba a escribir unas pocas líneas sobre las que denominan «desafortunadas» declaraciones de Pablo iglesias en las que compara el exilio del líder independentista catalán con los exiliados españoles al término de la guerra civil española, cuando veo que el asunto está perfectamente zanjado por el magnífico artículo de Alan Herchoren escrito en este blog.

Aquí hemos zurrado de lo lindo a Pablo iglesias desenmascarando su pose artificiosa de «izquierdas», pero no se nos caen los anillos por admitir que lleva razón cuando compara ambos exilios, al menos objetivamente. Porque no más exponer su idea, se apresura, casi se atropella fonológicamente, a decir que no está de acuerdo con la causa de Puigdemont y que él no quiere que Catalunya se vaya de España, o sea, que tranquilícese la tropa, que soy un patriota. Ocurre lo de siempre en la supuesta «izquierda progre», o «caviar», que se quedan varados en las consecuencias de los conflictos sin atender ni analizar las causas de los mismos. O, si las atienden, se quedan a medio camino, en un amagar y no dar. Iglesias piensa que Puigdemont se ha tenido que exiliar por mantener y profesar unas ideas políticas al igual que los exiliados españoles tuvieron que hacer lo propio después de perder una guerra contra el fascismo, dos fenómenos comparables, pues. Pero, si Iglesias fuera consecuente consigo mismo, si llevara su conclusión hasta el extremo lógico, tendría que deducir que la CAUSA, el precipitado, es la misma en ambos casos, esto es, la existencia y pervivencia del fascismo, ayer en su forma más cruda, la guerra, y hoy, con otro ropaje si bien inspirado en la fuerza bruta, que eso es el fascismo:mandando esbirros uniformados a reprimir a los independentistas o, simplemente, demócratas que están por el libre derecho a la autodeterminación de los pueblos aún no siendo, muchos, independentistas. Es esta una conclusión a la que no quiere llegar Iglesias -se queda a medio camino- porque para él vivimos en una democracia, burguesa o formal, pero democracia, y, por lo tanto, según esto, según este imperativo categórico, SE DEBERÍA permitir el ejercicio de ese derecho a decidir, pero ocurre lo contrario, que SE IMPIDE, y ello en «democracia», de modo que una de dos: o esto es una democracia de pacotilla, de cartón piedra, o, sencillamente, no es democracia. A estos corolarios debería llegar Iglesias si estirase su razonamiento dialécticamente, pero se detiene en cuanto ve, barrunta el peligro de ser consecuente, por lo tanto, es mejor vivir (políticamente) en la inconsecuencia y, en adelante, tratar de apurar mejor el arsenal argumental con el que enredar el «conflicto», enmarañarlo, oscurecerlo, obnubilarlo, aunque sea para ganar unos votos en el caladero pequeñoburgués del independentismo catalán.

De otra parte, triste y lamentable el papel -como señala Herchoren- de las asociaciones memorialistas (o el Wyoming) calificando de «desafortunadas» las comparaciones de Iglesias prestándose al juego cínico e hipócrita de la caverna y brunete mediática fingiendo dolerse hipócritamente del exilio republicano, como si les importara una mierda a estos fascistas. Lo que causó su exilio y el exilio de Puigdemont es el fascismo imperante desde abril de 1939, ayer sin disfraz y hoy con vacuna.

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