Para hacer caja China tiene que empezar a vender sus empresas públicas al capital extranjero

Hace dos semanas advertimos de la quiebra de la inmobiliaria china Evergrande y hace años que venimos insistiendo en que el crecimiento de la deuda, pública y privada, del país asiático era insostenible, hasta el punto de que las medidas del gobierno para frenarla no son suficientes. Incluso da la impresión de que China no puede afrontar su endeudamiento recurriendo a sus propias fuerzas y busca auxilio en otros mercados, como Wall Street, a pesar de las sanciones económicas de Estados Unidos.

En China están en quiebra las inmobiliarias tanto como los bancos, por lo que un fondo buitre como Blackrock ha salido al rescate, estableciéndose en el país asiático, quizá al olor de la carroña, como el cadáver de Evergrande, y saltándose el embargo.

Evergrande es sólo la punta de un iceberg de muchas empresas chinas gigantescas y muy endeudadas en las que, aparte del Estado, sólo un fondo buitre está dispuesto a invertir. Hasta la fecha el Banco Central de China no ha intervenido y las expriencias pasadas no son buenas. El gobierno del Pekín también un “banco malo” para tapar los agujeros de los bancos buenos, Huarong, y el tiro salió por la culata. El rescatador tuvo que ser recatado en agosto.

Huarong es una de las cuatro empresas públicas creadas a raíz de la crisis financiera asiática de 1998 para gestionar los activos de las empresas en quiebra. Aunque es propiedad mayoritaria del Estado, desde 2014 ha vendido acciones al capital extranjero, lo que indica que el Banco Central chino no era capaz por sí mismo de lograr el rescate.

La deuda de Huarong era de poco más de 200.000 millones de dólares; la de Evergrande es de casi 300.000. La crisis financiera de China “se está convirtiendo en una bola de nieve”, escribe F. William Engdahl, y a la crisis financiera se le ha sumado la inmobiliaria, una burbuja que puede dejar sin vivienda a decenas de miles de propietarios que se han endeudado o han pagado sus casas antes de que se construyeran.

Se trata, pues, de una crisis económica y política a la que el gobierno llega tarde. “La vivienda es para vivir, no para especular”, ha dicho Xi Jinping. La construcción y venta de inmuebles representa más del 28 por ciento del PIB chino, según las estimaciones oficiales. Si el gobierno chino pincha la burbuja inmobiliaria, las deudas se quedarán si pagar. Muchas empresas quebrarán y en su caída arrastrarán a otras.

El Banco Central chino pudo digerir la quiebra de Huarong y puede digerir también la de Evergrande, es decir, puede seguir combatiendo los síntomas, pero la enfermedad seguirá y será cada vez peor. Hace falta cirujía, pero es difícil saber dónde empezar a cortar el grifo. Parece que los rescates se han acabado. La Nueva Ruta de la Seda ya ha recortado sus presupuestos y los grandes proyectos de obras van a hacer lo mismo, tanto a escala central como local.

China tiene que empezar a vender para hacer caja y por eso ha aparecido Blackrock, al que seguirán otros fondos buitre detrás de bocados jugosos, como la gigantesca red de ferrocarriles de alta velocidad, la mayor del mundo. Hay muchas perlas así.

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