¡Otro chupito de novichok!

La Unión Soviética desarrolló armas químicas organofosforadas binarias para atacar el sistema nervioso de las tropas enemigas en un laboratorio de Asia Central.

Se llaman binarias porque el compuesto se vuelve letal cuando se combinan dos partes no letales.

Nadie lo utilizaría fuera de un laboratorio de seguridad porque es lo suficientemente poderoso para acabar con ejércitos enteros. Como arma, el novichok es un compuesto químico prohibido. Solo existe en muestras selladas y depositadas en laboratorios militares de Estados Unidos, Reino Unido y la República Checa (porque así lo han admitido los propios checos).

Si Navalny hubiera sido envenenado con un agente nervioso organofosforado antes o durante un vuelo en avión, todos los pasajeros del avión habrían muerto. Sin embargo, no ha ocurrido así. Ni en su caso ni en el de los Skripal.

Lo mismo que el coronavirus, el novichok es un veneno intelectual que se transmite a través de los medios masivos de comunicación.

Hasta ahora, las víctimas que los medios de comunicación han seleccionado para convertirlas en víctimas del veneno son figuras selectas de la oposición rusa.

Si en la pandemia alguien ha llevado al lenguaje cotidiano la expresión “nueva normalidad”, en el novichok han creado la de “altamente probable”.

La primera vez fue la antigua Primera Ministra británica Theresa May en el caso Skripal, que entró en las primeras planas de los noticiarios de la misma manera que ha desaparecido de ellas, sin que sepamos por qué.

Para provocar una grave crisis internacional es necesario mucho más que un suceso “altamente probable”.

Merkel parece decidida a seguir los pasos de Theresa May y, por relevante que sea su figura en las relaciones internacionales, es “poco probable” que sea ella la que haya orquestado el caso Navalny.

También es “poco probable” que Bielorrusia haya sido el detonante. La explicación hay que buscarla en el gasoducto NordStream 2.

Alemania ha cerrado sus instalaciones de generación de energía de carbón y nuclear en favor de la energía eólica y solar intermitente y poco fiable, elevando la factura eléctrica seis veces por encima de la de Rusia.

Alemania depende de NordStream 2 mucho más que Rusia, que puede suministrar gas natural licuado desde la ciudad ártica de Sabetta en la península de Yamal a través de sus nuevos buques rompehielos y las terminales de regasificación europeas.

Las sanciones de Estados Unidos no han podido impedir que el gasoducto se finalice. La presión ha sido tan fuerte que algunas empresas alemanas claudicaron y se apartaron de las obras, pagando grandes cantidades de dinero a Rusia en concepto de indemnización.

Veremos si el novichok logra lo que no han logrado las sanciones económicas: impedir una colaboración cada vez más estrecha entre Alemania y Rusia.

El gasoducto ha llegado a convertirse en una obsesión de Estados Unidos (*). En julio Mike Pompeo dijo que harían “todo lo posible” para evitar su entrada en funcionamiento. “Necesitamos más herramientas. Estamos preparados para usar esas herramientas si usted nos las proporciona”, admitió ante el Comité de Asuntos Exteriores del Senado.

¿Ha quedado un poco más claro en qué consisten exactamente esas “herramientas”?

(*) https://www.verityweekly.com/navalny-novichok-and-nord-stream-2/

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