La neutralidad y el ‘ninismo’ ante los neonazis ucranianos garantiza los intereses de la OTAN en el este de Europa

La nueva doctrina militar actual de Rusia, publicada en 2014, y su estrategia de seguridad nacional (2015) reflejan la preocupación del gobierno ruso por la posible fragmentación del Estado, especialmente en las regiones del Mar Negro y el Cáucaso, con el trauma de la desintegración de la URSS como telón de fondo.

Cerco a Rusia

Rusia comparte la evaluación de Occidente de que los conflictos regionales no resueltos y las tensiones étnicas crean un riesgo de desestabilización. Sin embargo, Rusia percibe sus propias acciones como defensivas y entiende a la perfección que la acumulación militar extranjera y los servicios de inteligencia a las puertas de sus fronteras buscan destruir su unidad e integridad territorial, y en consecuencia, reforzando el dominio militar de la OTAN.

La necesidad de una zona de amortiguamiento en las fronteras de Rusia contra Occidente ha impregnado el liderazgo de Rusia desde principios de la década de 1990. Comenzó con la trágica fragmentación de la Unión Soviética, cuya desaparición Vladimir Putin llamó más tarde “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”.

A principios de la década de 2000, Rusia, temiendo que los disturbios en el norte del Cáucaso (Chechenia y más tarde Daguestán, Ingushetia o Kabardino-Balkaria) pudieran conducir a intentos de secesión en el interior, respondió con mano dura. Curiosamente, fue en Chechenia, donde la amenaza había sido más destacada, donde Moscú dio más margen de maniobra a los líderes locales, ofreciendo una autonomía casi total a cambio de un apoyo inquebrantable al gobierno central, hecho que Estados Unidos y Gran Bretaña entendieran como positivo: a mayor escalada bélica, mayor debilidad de Rusia.

Mientras tanto, en la región del Mar Negro, la política de Rusia para preservar su cordón sanitario se extendió mucho más allá de sus fronteras interiores para incluir a la mayoría de sus vecinos. Rusia era en el año 2000 demasiado débil para imponerse en los antiguos estados soviéticos en Europa del Este y el Cáucaso. Por lo tanto, luchó por preservar su influencia a través de la presión diplomática, el flujo económico y la integración regional.

La militarización hacia el Este

La acumulación militar occidental alrededor de la región del Mar Negro desafió progresivamente la noción de que Rusia podría mantener el dominio regional a través de medios no militares.

A medida que la Unión Europea y la OTAN fueron llenando el vacío de poder postsoviético (incluido Ucrania), Rusia pronto se dio cuenta de que no podía detener la expansión de la alianza hacia el este, hacia Bulgaria y Rumania.

Tampoco logró disuadir a la OTAN de prometer una eventual membresía a Georgia y Ucrania en la cumbre de Bucarest (2008), mientras establecía asociaciones más estrechas con Azerbaiyán, Armenia (2005) y Moldavia (2006). Habiéndose extendido hacia el Este e impulsada por la histeria anticomunista que quedaba como vestigio de la guerra fría, la Unión Europea en 2009 propuso su Asociación Oriental a todos los países alrededor del Mar Negro, un movimiento que aceleró la decadencia de la esfera de influencia económica postsoviética de Rusia.

Después de las “revoluciones de color” en Georgia (2003) y Ucrania (2004), el enfoque de Rusia cambió cada vez más hacia la necesidad de actualizar su poderío militar para preservar su esfera de influencia.

Sólo a Armenia se le permitió la coexistencia de cultivar lazos con potencias externas mientras a la vez mantiene su pertenencia a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO).

Puñetazo sobre la mesa de Rusia

Desde una perspectiva geopolítica, la medida de Rusia tenía como objetivo restaurar la profundidad estratégica que sentía que había perdido en Europa después de la Guerra Fría y evitar la presencia de fuerzas militares hostiles en sus fronteras.

Luego, tras la recuperación económica, Rusia se comprometió con la reincorporación de Crimea a territorio ruso (dándose cumplimiento al tratado de 1994) a mantener el acceso a un área estratégica clave, percibida como zona crítica que debía ser especialmente protegida para evitar la expansión de la OTAN.

La diversidad étnica y los Estados proxy

Rusia entiende demasiado bien que el mosaico único de culturas de los países del Mar Negro es su punto débil potencial, y que en varias ocasiones la OTAN, sobre todo a través de los servicios secretos británicos, ha sabido explotar convenientemente.

La Unión Soviética trazó las fronteras de sus repúblicas mediante una premisa que proviene de la época de Stalin: diferentes nacionalidades, una sola ciudadanía.

Al final de la Guerra Fría, y con un poder soviético debilitado y en caída libre, las agencias occidentales explotaron las identidades locales como factor de división del Estado ruso, promoviendo a cipayos locales que reivindicaban su nacionalidad y que gozaban de suministro económico de fundaciones «pro democracia» occidentales.

Washington y la Unión Europea tienen como objetivo a largo plazo la división de Rusia en varios Estados vasallos, y cierto es que la actual doctrina militar rusa ha sido un grave traspies para ese objetivo.

La estrategia occidental es la «balcanización» como ejemplo de lo que pueden hacer en la zona del Cáucaso. En la antigua Yugoeslavia, no dudaron en reclutar a los viejos nazis croatas como escuadrones al servicio de la partición del país, y hoy lo están haciendo en Ucrania con los seguidores del antiguo líder fascista Stephan Bandera, a quien el gobierno de Zelenski ha «restaurado».

La pretendida «neutralidad»

La política hacia el Este de la OTAN tiene dos consignas que se alternan: la «independencia» o la «autodeterminación» de los Estados del Este de Europa, según convenga.

Países como Rumanía o Polonia están en la segunda -es decir, integrados profundamente-, pero en el caso de Ucrania, el mensaje que transmiten los líderes de la UE es que hay que respetar lo primero.

España, como Estado miembro, y liderada en la actualidad por el gobierno del PSOE y Podemos, ha utilizado la primera consigna, la de la necesaria independencia de Ucrania, como mensaje cifrado de lo que realmente el liderazgo político español quiere: que la OTAN debe seguir expandiéndose.

Y para que la OTAN sobreviva, es necesario demonizar a Rusia y luchar como leones por la «independencia» de Ucrania, lo cuál es la mejor noticia que pueden recibir los neonazis que hoy controlan al gobierno de Kiev y que, hasta la fecha y desde el golpe de Estado de 2013, han provocado más de 13.000 muertos.

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