La primera vacunación masiva de la historia: la campaña de Napoleón en Rusia

Napoleón revolucionó el arte de la guerra, creando gigantescos ejércitos, que no eran otra cosa que “la nación en armas”, es decir, grandes agrupaciones de tropas. Esas masas armadas debían ser debidamente atendidas y cuidadas por médicos militares. Uno de ellos fue el doctor René Nicolas Desgenettes, que conoció a Napoleón en 1793, durante la campaña de Italia, cuando éste sólo era un modesto oficial de artillería de 24 años de edad.

Las enfermedades siempre han causado más bajas a los ejércitos que las batallas porque las condiciones de vida en la guerra exponen al cuerpo humano a condiciones extremas. Un ejército capaz de mantener a sus tropas en buen estado de salud era más importante que los ataques y los contrataques. Para luchar, un soldado debe comer, beber, descansar, lavarse y abrigarse adecuadamente.

En las expediciones militares napoleónicas había, además, otro condicionante fundamental para la salud de las tropas: el cambio en las condiciones ambientales. Los soldados debían aclimatarse a temperaturas tan diferentes a las suyas habituales, como la nieve o el desierto. Cuando en 1798 Napoleón invadió Egipto, nombró a Desgenettes médico jefe del ejército.

Los médicos militares napoleónicos crearon un servicio de ambulancias a base de camellos para los heridos e impusieron estrictas normas de higiene a las tropas, vestimenta, alimentación y agua, eliminación de residuos, prohibición de la prostitución… A pesar de ello, el ejército siguió teniendo más bajas a causa de las enfermedades que de los combates.

La viruela, las fiebres, las enfermedades venéreas y la peste asolaron a las tropas. Cuando la flota del almirante Nelson cortó los suministros frescos procedentes del mar, apareció el escorbuto. La disentería envió a muchos a la tumba. El tracoma, la enfermedad ocular egipcia, inflamó los ojos de los soldados. La postración por el calor y la deshidratación llevaron a los hombres a beber agua no potable que contenía pequeñas sanguijuelas, que se adherían a la faringe, se llenaban de sangre y provocaban tos, dificultad para respirar y a veces hemorragias. Podían desprenderse con gárgaras de vinagre y agua salada o extraerse con fórceps.

Napoleón inició una ofensiva en Siria, que entonces comprendía Palestina, Israel y Líbano, para neutralizar al Imperio Otomano. Durante los cruentos combates en Jaffa, apareció la peste y los enfermos empezaron a llenar el hospital instalado en un viejo monasterio ortodoxo griego. Para disipar el miedo al contagio que tenían las tropas, Napoleón visitó a los apestados en el hospital y charló con ellos. Ayudó a cargar el cadáver de un soldado que había muerto a causa de la peste y bajo cuyo uniforme roto se veían las grandes manchas negras en la piel.

El personal sanitario del hospital de Jaffa se había reclutado en las prisiones y galeras. Estaban mal pagados, pero se beneficiaban de la venta de ropa y efectos robados a los muertos y moribundos, en contra de la orden de quemarlos para combatir la enfermedad. Napoleón dispuso fusilar a los sanitarios que fueran sorprendidos vendiendo los enseres de los muertos y enfermos.

Durante el asedio de Acre, Desgenettes instaló otro hospital para los enfermos de peste. Como había hecho Napoleón en Jaffa, trató de calmar el miedo al contagio con un experimento que ha pasado a los anales de la historia de la medicina: bebió del vaso de un paciente moribundo y luego se inoculó la peste a sí mismo. La peste bubónica colorea de negro la piel y, con un bisturí, Desgenettes le extrajo líquido de la zona inflamada y se lo inoculó, a pesar de lo cual no padeció ninguna enfermedad.

En aquella época ni los médicos ni los sanitarios iban disfrazados de astronautas, como ahora. No había mascarillas, ni guantes, ni medios de protección frente a las infecciones, a pesar de lo cual, no padecieron las enfermedades de sus pacientes.

El experimento de Desgenettes lo reprodujeron otros médicos en el siglo XIX, como el alemán Virchow o el austriaco Pettenkofer. Ninguno contrajo ninguna enfermedad infecciosa. Los mismos experimentos se reprodujeron en el siglo siguiente para demostrar que la verdadera causa de las epidemias no estaba en los “patógenos”, sino en los diferentes estados de salud de las personas o, en otras palabras, en su sistema inmune. No había que obsesionarse con los “gérmenes” sino prevenir la enfermedad reforzando las “defensas” del organismo con una buena alimentación, descanso, abrigo, higiene…

Napoleón fracasó en Acre y ordenó la retirada. Pero las tropas hospitalizadas a causa de la peste no eran capaces de viajar por el desierto. Abandonarlos a los otomanos era condenarlos a los peores tormentos y llevárselos suponía retrasar la evacuación. En presencia del general Berthier, su jefe de estado mayor, Napoleón pidió a Desgenettes que hiciera lo mismo que han hecho los médicos en España durante la pandemia: poner fin a la agonía de los apestados administrándoles opio.

Desgenettes se negó y los enfermos fueron transportados a Jaffa, donde la situación se reprodujo por el asedio del ejército otomano. Había que evacuar, y esa vez Napoleón se negó a preguntar a Desgenettes. El farmacéutico jefe de la expedición, Claude Royer, suministró opio a los enfermos para que tuvieran una muerte dulce.

A raíz del incidente las relaciones entre Napoléon y Desgenettes se agriaron. Cuando el ejército llegó a El Cairo, Napoleón dijo ante los miembros del Instituto de Egipto que “la química es la cocina de los médicos”. Desgenettes le respondió: “¿Y cuál es la cocina de los conquistadores?” Dejaron de hablarse durante un tiempo.

Para preparar la expedición militar contra Rusia, Napoleón ordenó vacunar a sus tropas. Fue la primera campaña de vacunación masiva de la historia y lo más interesante de la misma es lo que significaba entonces la vacunación, que no tenía nada que ver con la actual. Las vacunas no se administraban con jeringuillas hipodérmicas sino que eran remedios bastante rudimentarios, consistentes en una especie de cataplasmas que se adherían a la piel. Tampoco se introducían sustancias químicas artificiales, sino una pasta elaborada con material procedente de una propia infección previa.

La serie “The Knick” dirigida por Steven Soderbergh y emitida por HBO tiene un capítulo que ilustra la manera en que se elaboraban antiguamente este tipo de vacunas tradicionales. El protagonista (Clive Owen) está en Nicaragua y para vacunar a la población de viruela extrae las pústulas a los enfermos con unas pinzas y con ellas fabrica la pasta que aplicará a la piel de los sanos. La historia médica de las vacunas, que es milenaria, demuestra que el sistema inmune también se puede reforzar de esa manera para prevenir determinadas enfermedades. No obstante, la teoría y la práctica de la vacunación cambia con el desembarco de la química. La “cocina de los médicos” empezó a ser otra.

Napoleón extrajo de Rusia la misma experiencia que de los desiertos de Oriente Medio. A pesar de las vacunas, sus tropas fueron diezmadas por las enfermedades porque los soldados volvieron a estar sometidos a condiciones meterológicas y ambientales extremas de todo tipo, que son las auténticas causas de las epidemias.

Su médico, Desgenettes, siempre fue un revolucionario. Miembro del partido girondino durante la Revolución Francesa, su evolución biográfica se confunde con ella. Volvió al lado de Napoleón y estuvo presente en la batalla de Waterloo. Los gobiernos revolucionarios le ascendían a la cumbre y los reaccionarios lo enviaban al ostracismo porque, como decía Virchow, la medicina no es más que política a gran escala.

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