La política colonial siempre fue una política criminal: el caso de Burundi

Burundi fue una colonia alemana hasta que 1918 la Primera Guerra Mundial procedió a un nuevo reparto del mundo entre las grandes potenias imperialista. Pasó a poder de Bélgica. Ahora una comisión parlamentaria investiga los crímenes cometidos por Bélgica durante la colonización de África, incluido Burundi.

Uno de los temas de la investigación se refiere al asesinato del príncipe Louis Rwagasore poco antes de la descoloniazación. El hijo del Mwami (el rey de Burundi) había ganado las elecciones para dirigir su partido, Uprona, y había sido nombrado Primer Ministro, preparando la independencia de su país.

El escritor Ludo de Witte, que también ha investigado el asesinato de Lumumba, forzó al parlamento belga a organizar la comisión de investigación y acaba de publicar otro libro sobre la descolonización de Burundi.

La política colonial siempre fue una política criminal. Creó Estados artificiales y promovió la división y enfrentamiento entre los pueblos originarios para dominarlos. Cuando el llegó el momento de la descolonización, trató de aupar al poder a sus lacayos, a los dóciles. Cuando no los encontró, no vaciló en asesinar a los nuevos dirigentes africanos, como ocurrió con Lumumba.

Burundi siguió el ejemplo del Congo. El papel de   lo ocupó Louis Rwagasore, un personaje díscolo del que anunciaron su muerte con bastante antelación. Entre la muerte de uno y otro sólo transcurrieron unos pocos meses. Era la sumisión o el tiro en la nuca.

El 13 de octubre de 1961, menos de un mes después de su victoria electoral y dieciséis días después de su nombramiento como Primer Ministro, Louis Rwagasore fue asesinado en la terraza de un restaurante de Bujumbura. Tenía 29 años.

El asesino fue un griego, Jean Kageorgis, ayudado por tres cómplices. Fueron detenidos, juzgados y condenados a muerte por un tribunal burundés. Antes de su ahorcamiento Kageorgis gritó: “No soy el único que ha matado a Rwagasore”.

El burundés era muy diferente a Lumumba, un africano autodidacta que había evolucionado desde la propia cultura autóctona. Rwagasore era un príncipe de sangre, hijo del rey Mwambutsa. Había estudiado en las universidades de Amberes y Lovaina, es decir, conocía la cultura europeaa la perfección.

Conscientes de las rivalidades entre dos ramas de la familia real, los Batare y los Bezi, los colonialistas belgas se afanaron por ahondar la rivalidad, considerando a los Batare como “moderados” y los Bezi como “nacionalistas” hostiles al dominio belga.

Pero la población burundesa permaneció fiel al Mwami, “el padre de la nación”, el garante de las cosechas y la prosperidad, y su hijo fue elegido masivamente por hutus y tutsis, en la capital y en las colinas.

Con un pie en la tradición y otro en la modernidad colonial, Rwagasore tenía todas las bazas para llevar a Burundi a la independencia. Sólo le faltaba el aval de los colonialistas que, tras su victoria electoral, evocaron sin reparos la hipótesis del asesinato.

En 2018 el gobierno de Burundi acusó oficialmente a Bélgica de ordenar el asesinato de Rwagasore. “El verdadero patrocinador, el Reino de Bélgica, una potencia colonial de la época que se oponía ferozmente a la independencia inmediata de Burundi, aún no ha rendido cuentas”, dijo el portavoz del gobierno en un comunicado.

El gobierno burundés anunció la creación de una comisión para investigar los asesinatos de Rwagasore y su familia, refiriéndose a los dos hijos, que murieron a una edad temprana pocos meses después de su desaparición.

El gobierno también acusó a Bélgica de tener “una parte de responsabilidad en las diversas crisis político-étnicas que han asolado a Burundi desde su independencia”.

En su obra Ludo de Witte recuerda que Balduino, el rey de Bélgica, dirigió personalmente los asesinatos, tanto de Lumumba como de Rwagasore. La Familia Real estaba dominada por la reacción pura y dura de la época: colonialistas y fascistas, especialmente vinculados también a su consorte, la española Fabiola.

La polarización étnica de Burundi, sus guerras civiles y sus crímenes políticos impunes , añade De Witte, no son fruto del destino, sino de una independencia fallida y de las maniobras divisorias de los colonialistas.

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