La mentira como arma política

Bianchi

En política, como en las guerras -otra forma de hacer «política»-, la verdad es un lujo sacrificado en el ara de lo que da en llamarse «realidad» construida por los neosofistas al servicio del poder establecido. No me refiero a no importa qué stablishment -como harían los anarquistas-, sino al único que he conocido: el poder de la burguesía, en su variante fascista y neofascista, como clase dominante y el capitalismo como modo de producción basado en la explotación del hombre por el hombre. Como comunista, mi lucha está por la  desaparición de las clases sociales y la emancipación de la gran mayoría de la sociedad, otrosí las clases trabajadoras y su dictadura transitoria sobre las minorías explotadoras. Esto que digo ni es una utopía cabetiana ni una petición de principio, salvo para los que nieguen la lucha de clases como motor de la historia. La filosofía política se divide entre quienes apuestan por conciliar los contrapuestos intereses entre la burguesía y el proletariado bajo el capitalismo, y quienes optan por agudizar las contradicciones de clase como modo de consumar esa gran tragedia que es una revolución que arroje al museo de la historia a quienes chupan la sangre del pueblo.

La verdad de las cosas es lo que menos importa hoy a las oligarquías (gobierno de unos pocos) dominantes. Al revés:es la mentira política la que prevalece hegemónicamente. Cada vez mienten más y con más descaro. «La mentira como una de las bellas artes», podía haber titulado este artículo emulando a Thomas de Quincey. Mintió Aznar cuando el 11-M y mintió Bush en el episodio de las supuestas armas de destrucción masiva en Irak, por no hablar de la madre de las mentiras que fue el 11-S y las Torres Gemelas, o del bluff del fantoche de Bin Laden. O, actualizándonos, de la sarta de mentiras vertidas, como ra-ta-ta-tás de metralleta, acerca del coronavirus. Sin embargo, entre la verdad y la mentira política existe un nexo dialéctico que estamos por calificar de fatídico cuando no perverso:las consecuencias políticas. De una mentira o posverdad -igual que de una verdad- se infieren consecuencias políticas de igual modo que del barro de la «modélica transición española» -ese milagro, esa mentira- se infiere el lodo del marasmo actual, cuyo último capítulo es el intento de desvestir un rey -el Emérito- para vestir otro, su hijo. De la mentira no deriva la verdad, sino más mentira. Ni aún alcanzando, con el tiempo, la categoría de mito versus hecho histórico.

La mentira se puede definir como aquella declaración intencionalmente falsa dirigida a otra persona. Y la mentira política es aquella trola del poder político o gubernamental dirigida a los propios ciudadanos que supuestamente representan. El engaño es deliberado y consciente. Pudiera decirse que, hoy, la «política» se basa en la nada venial mentira hecha adrede y aposta. De la mentira teológica vaticana a la mentira secularizada y prosaica burguesa.

Platón, en la conformación de su Estado ideal, de su República, hablaba ya de la necesidad de la «mentira política» como algo útil para evitar «penas y dolores» a la comunidad. Pero ello en circunstancias especiales. Establece una analogía con la medicina:engañar al paciente terminal con una «noble mentira» (sic), ocultarle la verdad. Como hoy hacen los gobiernos burgueses, engañar al pueblo (el paciente) con mendacidades, sólo que, a diferencia del elitista Platón, el enfermo terminal y caquéxico es la burguesía y no el pueblo.

Vivimos en una falacia permanente. El concepto «Estado de Derecho» -de orígenes prusianos décimonónicos- ya se utilizaba en los años 50 en pleno franquismo. Y ello para legitimarse y cohonestar su imagen de cara a la opinión pública internacional y la Europa burguesa de los mercaderes. De un lenguaje con regusto tradicionalista que hablaba de «Fueros» y unas «Cortes españolas» de sabor guildista, gremial,  corporativista -la «democracia orgánica»- que suplían y evitaban llamarlo Parlamento (liberal) al igual que los diputados eran «procuradores», el léxico se renueva y ya en 1957, el nuevo gobierno (opusdeísta) habla de «complementar el cuadro de las instituciones jurídicas y políticas propias del *Estado de Derecho*». La utilización de la idea del «Estado de Derecho» ya fue usada por los falangistas y hasta, a su manera, por el catolicismo político. El falangista nazi y «cuñadísimo» de Franco, Serrano Súñer, hablaba de sustituir el inicial «Estado campamental» (sic) por el «Estado de Derecho» que superaría -clave de bóveda y desiderátum fascista- el caduco Estado liberal y su democracia inorgánica (la que conocemos hoy). Los católicos como Martín Artajo, igual o similar. Hoy, los «demócratas» de pacotilla se llenan la boca -regurgitándolo como vacas- con esa leyenda urbana, con esa muletilla. Vino nuevo en odres viejos. Puro lifting.

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