La justicia y el orden

Tuvo que ser un romántico en etapa tardía, Goethe, quien prefiriera lo segundo, el orden, a la justicia. El orden burgués, se entiende. Sin embargo, en aras de la justicia es que ha habido motines y revueltas, levantamientos y asonadas, en épocas esclavistas y feudales. Sólo con la aparición del modo de producción capitalista y su desarrollo, surgió un término que sólo se reservaba a la física y la mecánica celeste: la revolución. Económico-política, se entiende.

El genio de Marx y Engels despanzurró las entrañas del capitalismo e indicó la senda revolucionaria. Ya no era bastante conseguir la «justicia» social -propio de anarquistas pequeñoburgueses-, sino que se trataba de hacer la Revolución, esto es, voltear el sistema imperante, acabar con él. Habrá ya reformistas y revolucionarios. Habrá quien pretenda «que se haga justicia», y habrá quien luche para crear las condiciones para que haya justicia. Los primeros tendrán un lugar en el sistema;los segundos, no.

Mientras tanto, sabemos ya por el sofista del siglo V a.C., Trasímaco, nacido en Calcedonia (Asia Menor), que la justicia es el interés del más fuerte (Ihering dirá en el XIX que el Derecho viene de la fuerza). Las leyes son dictaminadas por los que ejercen el poder con vistas a su propio beneficio o conveniencia. La justicia es aquello que beneficia, interesa y conviene al gobierno establecido y, por lo tanto, beneficia al más fuerte.

A Trasímaco no le interesa lo que debería ser la justicia sino lo que es realmente. Lo que denuncia este sofista -de primera generación con los Gorgias, Pródico, Protágoras, Hipias, Antifón- es que, debajo de todo el tejemaneje del poder, nos encontramos siempre con el dominio del fuerte sobre el débil. Trasímaco opina que lo justo no era sino lo más conveniente o útil al más fuerte, es decir, al interés de los fuertes o poderosos.

Sócrates refutaría la noción tradicional que define la justicia como «hacer bien a los amigos y mal a los enemigos». Para él, la justicia sería hacer el bien sin más.

Hoy los bienpensantes serían socráticos… sin más. La diferencia entre Trasímaco y Sócrates es que lo que es según el calcedonio, es lo que debe ser según Sócrates. Y hoy, en una sociedad dividida en clases, y con una justicia de clase, se sigue la prédica de Trasímaco, por mucho que haya llovido.

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