La Farmafia utiliza a los pobres como conejillos de Indias (2)

Si el lector busca documentación sobre experimentación médica con seres humanos, la mayor parte de las referencias le remiten al III Reich y los campos de concentración de aquella época. Es una manera como cualquier otra de tapar un capítulo muy negro de la historia.

La utilización de seres humanos como conejillos de Indias por los matasanos ni empezó con el III Reich ni acabó con su derrota en la Segunda Guerra Mundial.

La medicina cierra los ojos ante una evidencia que no tiene relación con la salud del cuerpo sino con la de las clases sociales. Desde tiempos inmemoriales los matasanos han formado parte de las clases dominantes y de su dominación clasista, utilizando sin ninguna clase de escrúpulos a los sectores más desamparados de la población para sus experimentos y ensayos. Si el experimento sale bien se utiliza en beneficio de los poderosos y si sale mal se entierra al miserable.

En el siglo XIX pocos médicos fueron más idolatrados que James Marion Sims, considerado como el “padre de la ginecología”. En su memoria se erigió una estatua de bronce entre la Quinta Avenida y la calle 103, frente a la Academia de Medicina de Nueva York, la primera de Estados Unidos que homenajea a un galeno.

El doctor Sims utilizó mujeres esclavas y negras para experimentar con ellas sin necesidad de pedir su consentimiento. Bastaba pedírselo a sus amos esclavistas. En otros casos el matarife buscaba esclavas con determinadas dolencias para comprarlas y experimentar con ellas, como hoy los laboratorios compran ratones y los encierran en jaulas con los mismos fines. Nunca experimentó con mujeres blancas.

Las esclavas tampoco necesitaron nunca ningún tipo de anestesia. Bastaba con un poco de opio y con atarles las manos fuertemente para que no se pudieran retorcer a causa del dolor. Los experimentos de Sims estaban a medio camino entre la medicina y el sadismo.

El galeno documentó meticulosamente sus experimentos, por lo que conocemos detalles como los nombres de pila aquellas esclavas (Anarcha, Betsy, Lucy), a las que ningún científico se ha dignado levantar un monumento.

La mayor parte de aquellas mujeres morían poco después de la intervención quirúrgica a causa de las infecciones. En caso contrario, al matarife no le importaba repetir la tortura con la misma mujer.

En ocasiones, repitió sus experimentos hasta treinta veces con la misma, hasta que acertaba con la cirugía. Luego trasladaba su descubrimiento a las mujeres blancas, aunque esta vez utilizando anestesia para que no sufrieran en la mesa de operaciones.

Empezó a ganar fama y luego a ganar dinero, llegando a edificar un hospital para quien pudiera pagar sus tratamientos. Fue el cirujano de la emperatriz Eugenia de Montijo, la mujer de Napoleón III, y de la nobleza europea.

De 1876 a 1877 le nombraron presidente de la Asociación Médica Americana, que es muy famosa porque tiene una publicación de esas que califican de “prestigiosas” entre los científicos, una de las que dictan el “ordeno y mando” de la práctica de la medicina en el mundo entero.

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