La falsa matanza de Timisoara y otros cuentos de terror que cuentan los reporteros

Timisoara es una ciudad rumana que casi nadie conocía hasta que el 22 de diciembre de 1989 saltó una “noticia” impresionante: había aparecido una fosa común con 4.630 cuerpos asesinados por balas, cadáveres mutilados por bayonetas y torturados. Muchos de ellos eran niños, enterrados con sus juguetes. Muy posiblemente seguirían apareciendo cadáveres porque se había abierto una “investigación”.

“Las cifras que se manejan de víctimas de los combates en Timisoara en la última semana oscilan entre los 5.000 y 12.000 muertos, mientras los heridos superan la cifra de 50.000”, escribió la corresponsal de El País (*). ¿Se dan cuenta? ¡Las cifras se manejan!, o mejor dicho, algunos manejan las cifras.

De la noche a la mañana Ceaucescu dejó de ser el “gran amigo de occidente”. Escasos de ingenio, los medios le calificaron de “vampiro”. Había dejado Rumanía en el desastre más absoluto. Los medios llamaron a sostener a la población con “ayuda humanitaria”: alimentos, medicinas, ropa… Se trataba de justificar el derrocamiento y posterior asesinato del “dictador”, un criminal sin escrúpulos al estilo de los que luego se hicieron famosos: Milosevic, Saddam Hussein, Gadafi, Bashar Al-Assad…

La terrible policía secreta de Ceaucescu, decían los medios, cargaba los camiones con cadáveres para llevarlos a otras fosas comunes y luego les disparaba en la cabeza a los conductores para que no pudieran revelar el lugar del enterramiento. Timisorara se convirtió en la “ciudad mártir” de la humanidad.

Hay mentiras tan gruesas que parecen ser verdad, sobre todo si van acompañadas de fotos. “Una imagen vale más que mil palabras”. Las espeluznantes fotos de la carnicería de Timisoara recorrieron el mundo, en una época en la que no había redes sociales, ni preocupación por la “posverdad”, ni verificadores de hechos. Entonces todo colaba, especialmente la propaganda anticomunista.

En fin, en aquella época estaba muy claro dónde estaba la fuente de las mentiras, quien se inventaba las “noticias” sin ninguna clase de escrúpulos. Los medios primero empezaron a rebajar la cifra de muertos; eran muchos menos de 4.630. Finalmente no había ninguno. Algunos huesos eran de animales y los cadáveres habían sido desenterrados de un cementerio para pobres, maquillados y puestos sobre el suelo para que los corresponsales los fotografiaran.

Una “noticia” así tapa otras realidades, como que el derrocamiento de Ceaucescu estaba muy lejos de haber sido pacífico, ya que había 700 rumanos muertos, o que en aquel preciso momento el ejército de Estados Unidos estaba invadiendo Panamá y disparando contra todo el que se movía.

Tras el descubrimiento del fraude, el filósofo italiano Giorgio Agamben dijo que era “el primer triunfo mundial de la sociedad del espectáculo”. Ignacio Ramonet habló de una “televisión necrófila”, ávida de crímenes, matanzas y toda clase de desgracias, sean sociales o naturales. “La falsa fosa común de Timisoara es probablemente el mayor engaño desde la invención de la televisión”, escribió el periodista. Ahora ya estamos acostumbrados a que nos engañen, pero entonces fue una sorpresa, sobre todo para los menos avisados en este tipo de montajes.

La mentira es una industria que genera beneficios, tantos más cuanto más gruesa es y más se adorna con términos apocalípticos, como “genocidio” y otros. Por el contrario, la verdad ni se compra ni se vende. Es extraño ver dinero en torno a quienes indagan sobre la verdad.

(*) https://elpais.com/diario/1989/12/24/internacional/630457201_850215.html

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