La ciencia se está convirtiendo en una cloaca

Juan Manuel Olarieta

En el mundillo científico un artículo pasa a formar parte del acervo de conocimientos cuando se publica en un medio especializado, para lo cual previamente, debe ser censurado o avalado por terceros, de los que se supone que tienen conocimientos para hacerlo. No basta escribir un buen artículo científico sino que es necesario que los colegas te den la palmada en el hombro. Se supone que este absurdo procedimiento otorga las garantías necesarias sobre el contenido de una publicación científica y creo que no es necesario decir que algo que no se publica no es ciencia; ni siquiera existe.

Una dilatada experiencia viene demostrando que, a pesar de las revisiones, el fraude científico avanza inconteniblemente y que no alcanza sólo a quien redacta el artículo científico sino también a quien lo revisa. Hay sectores capitales del conocimiento y teorías científicas muy en boga que no son otra cosa que fraudes de muy diversa factura.

Es muy preocupante que chorradas monumentales como la “teoría del big bang” tengan tamaña difusión en muy amplios círculos científicos. Pero si, además, afectan a la medicina, es como para echarse a temblar. Pues bien, en junio la revista “The Lancet”, una de las más acreditadas en ciencias de la salud, calificó como falsos a la mitad de los artículos publicados. Están jugando con la salud de la humanidad.

Tras una investigación interna, el 18 de agosto la editorial Springer retiró de la circulación 64 artículos de los que se suponía que previamente habían sido revisados por especialistas. En realidad, no habían sido revisados por nadie, pero no porque la revista no quisiera hacerlo sino porque el fraude se ha institucionalizado de tal manera que los autores de los artículos eran capaces de engañar a los editores, a los lectores, a las instituciones y, en definitiva, al público. A todo el mundo.

Hace unos meses la revista BioMed Central retiró 43 artículos y el año pasado el editor SAGE Publications retiró otros 60 de la revista “Journal of Vibration and Control” porque había detectado la existencia de una red ficticia de revisores en la que los autores evaluaban sus propias publicaciones y los de sus colegas con nombres falsos.

El blog Retraction Watch ha detectado 230 artículos científicos fraudulentos en los últimos tres años y ante esta situación, más de un científico o profesor universitario hace como el avestruz y argumenta siempre lo mismo: que el fraude es residual, que son muy pocos los artículos retirados en comparación con la ingente cantidad de publicaciones, del orden de decenas de miles.

Están muy equivocados. Cualquiera que sea el volumen cuantitativo, hoy la ciencia no es capaz de diferenciar la verdad de la mentira. Es el propio procedimiento el que está viciado. El fraude ya no afecta sólo al que escribe un artículo sino que se ha extendido al que lo revisa: el 15 por ciento de los fraudes científicos los cometen los revisores, que es como decir que el autor del crimen es el policía encargado de investigarlo.

El fraude se dispara en los autores, en las universidades, en las publicaciones, en las revisiones, en las editoriales y amenaza con devorarlo todo. Se han creado agencias especializadas que escriben un artículo científico, le ponen tu nombre, lo revisan y lo publican por un módico precio para engordar tu currículum, de manera que puedas ascender en el escalafón, lo mismo que esos sargentos chusqueros que se jubilan de coroneles del ejército.

La situación es tan rocambolesca que puede ocurrir que un artículo que se ha retirado de una publicación contenga una aportación positiva de su autor, pero no haya sido revisado de la manera comúnmente aceptada en la actualidad.

Eso que hoy llaman “ciencia” es como la pescadilla que se muerde la cola. Retroalimenta sus propios vicios. Nadie habla del dinero que envuelve a la ciencia actual, ni de las miserias políticas y académicas que también la rodean. Nadie ha cuestionado que las editoriales científicas sean empresas privadas, cuyo interés es el beneficio y no la ciencia. Nadie habla de que dichas empresas son monopolistas, es decir, que la mayor parte de las publicaciones dependen de muy pocas editoriales. Nadie ha criticado aún que el futuro de la ciencia, las verdaderas innovaciones, jamás van a salir a la luz mientras dependan de censores o revisores. Muy pocos reconocen la asfixia que rodea a quienes están obligados a competir y a publicar, al precio que sea, para trepar o simplemente para mantenerse en el candelero.

En mayo un portal de información económica decía que los fondos invertidos en biotecnología eran los más rentables de la bolsa. Es sintomático. En algunas universidades ya no hay una carrera de biología sino de biotecnología. Son muchos los que están confundiendo la ciencia con la ingeniería. Pero son muchos más los que ignoran que sobre disciplinas como la biotecnología planean los fondos buitre y que esos fondos buitre crean buitres. ¿Qué esperan de un ave de rapiña?

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