Judíos y nazis

Los rusos han logrado en Ucrania lo que no consiguieron en Siria: enfadar a los sionistas. El asunto comenzó con unas declaraciones de Lavrov ante una pregunta tópica: ¿cómo es posible calificar a Ucrania de Estado fascista si su Presidente es judío?

La pregunta recupera un debate lastimoso en el que se asimila el fascismo al antisemitismo. Extrañamente, en una entrevista con un medio italiano, Lavrov quiso salir del atolladero de la peor manera posible: equiparando a Zelensky con Hitler, del que dicen que por sus venas corría la “sangre judía”, igual que por la de otros corre sangre musulmana, o cristiana, o budista.

A partir de ahí esos debates se pierden en un océano de disparates, en el que se adentra el portavoz oficial del Kremlin, Dmitry Peskov, con un comunicado en el que asegura que el 40 por cien de los judíos que murieron en los campos de concentración del III Reich eran “ciudadanos rusos”. Pero, ¿eran rusos o eran soviéticos?, ¿los asesinaron por ser judíos o por ser soviéticos?, ¿por las dos cosas quizás?

Por su parte, el ministro de Asuntos Exteriores israelí, Yair Lapid, se empeña en darle la razón a Lavrov: el actual gobierno israelí apoya al régimen nazi de Kiev, que es tanto como acusar a una parte de los propios judíos, los sionistas, de antisemitismo.

El ministro israelí declaró literalmente: “Los judíos no se asesinaron [a sí mismos] durante el Holocausto. Culpar a los judíos del antisemitismo es un nivel flagrante de racismo contra los judíos”. A las arenas pantanosas del antisemitismo se le suma otro tópico aún peor: la Segunda Guerra Mundial fue provocada por un odio cerril de los nazis hacia los judíos, a los que intentaron exterminar.

Así es como se ha creado la leyenda de que nazis y judíos siempre estuvieron y estarán en bandos separados. Donde hay judíos no puede haber nazis, y a la inversa.

En medio de la Guerra de Ucrania, la polémica es un como un concurso de torpes, empeñados en parapetarse detrás de los actores del drama que, como Zelensky, son poco más que figurantes. Pero los figurantes tienen cierta importancia porque ayudan a cambiar el decorado. En la actualidad Zelensky encubre la verdadera naturaleza del Estado ucraniano detrás de sus orígenes judíos, y lo mismo hace otro nazi, el Presidente de Letonia, que también tiene raíces judías, a pesar de lo cual los desfiles de las Waffen SS no plantean ningún obstáculo, como tampoco a la OTAN o a la Unión Europea.

Afortunadamente Ucrania ha perdido la guerra, pero si la ganara, los sionistas se harían las víctimas porque en sus propios informes sobre el antisemitismo en el mundo, Ucrania ha ocupado siempre el primer lugar en cuanto al número de agresiones nazis contra museos, sinagogas y cementerios.

En 2017 el informe del ministro de Relaciones con la Diáspora de Israel, Naftali Bennett, que ahora es Primer Ministro, indicó que en Ucrania se había multiplicado el número de actos de vandalismo en monumentos conmemorativos y lugares sagrados de los judíos.

El Congreso Judío Mundial catalogó al partido ucraniano Svoboda, encabezado por Oleg Tyagnibok, como una organización neonazi, lo que no impidió que se convirtiera en el cuarto partido del Parlamento de Kiev en 2012.

Israel ha cometido una torpeza de alcance histórico. El gobierno israelí ha entregado armas, municiones y enviado asesores militares a Ucrania. Los mercenarios israelíes están integrados en las unidades neonazis ucranianas, como Kraken o la milicia “Libertad”, formada por miembros de Svoboda.

Si los sionistas pasan el día rodeados de nazis, no deberían lamentar que les acusen de ser uno de ellos, por más que se escondan tras el “menorah”. No podrán decir que no son cómplices del antisemitismo. Si las armas que han suministrado a Ucrania se vuelven contra ellos, no podrán excusarse diciendo que no sabían quién iba a apretar el gatillo y quién iba a ser la víctima.

Finalmente, que los dirigentes israelíes condenen los supuestos “crímenes de guerra” cometidos por los rusos en Ucrania, confirma el deterioro de las relaciones entre ambas partes. Pero es un sarcasmo brutal que Israel, un Estado colonial edificado sobre la limpieza étnica, acuse de crímenes de guerra a nadie.

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