‘Incitación al nixonicidio’, testamento poético de Pablo Neruda

El 23 de septiembre de 1973 el Cementerio Central de Santiago se llenó de gente, de claveles rojos y de obreros cantando La Internacional para dar el último adiós al poeta comunista (en 1945 ingresó en el Partido Comunista de Chile) Pablo Neruda. Dos años antes enfermó gravemente de cáncer. Pero más le quebraron las embestidas del imperialismo yanki y los sabotajes internos contra el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende y su «socialismo a la chilena». Poco antes, en octubre de 1971, recibía en Suecia, a los 67 años de edad, el Premio Nobel de Literatura festejado en todo Chile. Pero un clima preocupante ya sobrevolaba por las amplias alamedas santiagueñas, que culminó el el «pinochetazo» de 11-9-73. Esto, su enfermedad y ver cómo los milicos destrozaban con saña su casa de Isla Negra acabó con él, pero tuvo tiempo, siendo embajador de Chile en París, de ajustar cuentas con el criminal presidente Nixon en su “Incitación al nixonicidio” del que reproducimos algunos versos. Y ahora, ¡firmes, que el poeta va a disparar!

Comienzo por invocar a Walt Whitman

Es por acción de amor a mi país
que te reclamo, hermano necesario,
viejo Walt Whitman de la mano gris,
para que con tu apoyo extraordinario
verso a verso matemos de raíz
a Nixon, presidente sanguinario.
Sobre la tierra no hay hombre feliz,
nadie trabaja bien en el planeta
si en Washington respira su nariz.
Pidiendo al viejo bardo que me invista,
asumo mis deberes de poeta
armado del soneto terrorista,
porque debo dictar sin pena alguna
la sentencia hasta ahora nunca vista
de fusilar a un criminal asdiente
que a pesar de sus viajes a la luna
ha matado en la tierra tanta gente,
que huye el papel y la pluma se arranca
al escribir el nombre del malvado,
del genocida de la Casa Blanca.

La herencia

Así Nixon comanda con napalm:
así destruye razas y naciones:
así gobierna el triste Tío Sam:
con asesinos desde sus aviones,
o con dólares verdes que reparte
entre politijarpas y ladrones,
Chile,te colocó la geografía
entre el océano y la primavera,
entre la nieve y la soberanía
y ha costado la sangre de la gente
luchar por el decoro.Y la alegría
era delito en tiempo precedente.
¿Recuerdan las masacres miserables?
Nos dejaron la patria malherida
a golpes de prisiones y de sables!

A verso limpio

Horademos a Nixon,el furioso,
a verso limpio y corazón certero.
Así, pues,decidí que falleciera
Nixon, con un disparo justiciero:
puse tercetos en mi cartuchera.
Y por los tribunales venideros,
abriendo puertas, cruzando fronteras,
recluté hombres callados y severos,
caídos en sangrientas primaveras.

Paz, pero no la suya

¡Paz en Vietnam! ¡Mira lo que has dejado
adentro de esa paz de sepultura
llena de muertos por ti calcinados!
Con un rayo de eterna quemadura
preguntarán por ti los enterrados
Nixon, te encontrarán las manos duras
de la revolución sobre la tierra
para humillar tu pálida figura:
será Vietnam que te ganó la guerra.
Nixon, ¡no creo en tu vencida paz!
Tu invasión fue vencida y fue diezmada
cuando ya no podías perder más.
Y cuando tus aviones homicidas
caían como moscas abatidas
por los disparos de la libertad!
Es la victoria de Ho Chi Minh ausente
la que obligó a tu mano ensangrentada
a confirmar la paz de esos valientes.

Diario de loros

Y desde Nueva York el dirigente
es el gerente de la Pepsicola:
Instruye desde allá sus carcamales.
Pontifica “El Mercurio” cada día:
Nixon le dicta los editoriales.
Es un diario “chileno” ¡Mama mía!
Ay qué cinismo, qué melancolía
la de estos loros de pajarería!

Con la centella

Pueblos, mirad el horizonte claro
y con nosotros el joven Lautaro.
Pueblos, el mundo nuestra llama sigue
y con nosotros va Manuel Rodríguez.
Pueblo, no volveremos al pasado
porque va Balmaceda a nuestro lado.
¡Venceremos! El pueblo es soberano
y su mano decide la centella
en la defensa del género humano:
En la noche del mundo nuestra estrella,
la veneran los pueblos más lejanos!

Mi compañero Ercilla

Comencé con Walt Whitman, viejo hermano
del antiguo esplendor americano.
Vino Walt Whitman y me dio la mano.
Ahora llamo a un noble compañero:
entre todos y todo fue el primero
don Alonso de Ercilla, el duradero.
Lo llamo a la batalla y a la esperanza,
a la Revolución y a mi Alabanza
y termino con él en compañía,
cantando a coro y a plena alegría:
la misma antigua lucha esplendorosa
viene del fondo de la Araucania
y nuestra poesía no reposa.

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