Ennahda: del integrismo integral al integrismo integrado

Juan Manuel Olarieta
Desde hace un mes, el último congreso del partido islamista tunecino Ennahda viene suscitando todo tipo de controversias en el mundo árabe ya que, por primera vez, un movimiento islamista ha declarado la separación entre la religión y la política.

Es como si la revolución burguesa llegara al mundo musulmán cogida por las orejas y con 200 años de retraso. Pero no es tanto como parece. En Europa son muchas las organizaciones políticas demo-cristianas o social-cristianas y nadie se ha rasgado las vestiduras por ello.

Este fenómeno histórico se mide con diferentes con varas de medir. Normalmente, cuando en un país no existe separación entre Iglesia y Estado, la responsabilidad se imputa al Estado, no a la Iglesia. En España hay escuelas católicas financiadas con dinero público, pero quienes se lo reprochan no se dirigen contra la Conferencia Episcopal, sino contra el Estado. Sin embargo, cuando se trata del islam el análisis se vuelve del revés: la culpa es del islam.

En Túnez Ennahda, el “partido del renacimiento”, ha decidido centrarse en la política para dejar el proselitismo religioso a las asociaciones civiles. En el mundo árabe se preguntan tanto por los motivos como por las consecuencias de esa decisión.

En unas declaraciones a Al-Monitor, Saleh Al-Raqab, que además de ministro de Asuntos Religiosos del gobierno de Hamas en Gaza, es una autoridad islámica de primer nivel, afirmó que Ennahda no ha aprobado la decisión por convicción propia sino por “presiones occidentales”. Para Al-Raqab se trata de agradar a sus vecinos del norte del Mediterráneo. Es muy extraño que en un congreso una decisión de esa envergadura se adopte sin ninguna clase de debates ni discusiones.

Ennahda quiere pasar de ser un partido confesional a uno nacional, pero no “nacionalista”. En su origen era la Hermandad Musulmana en Túnez, cuyos dirigentes se ven ahora duramente reprimidos en Egipto. Nació como un contrapeso a la penetración del marxismo y las ideas progresistas en universidades tunecinas en los años setenta.

Durante un tiempo quiso que la ruptura de relaciones diplomáticas con Israel se incluyera dentro de la Constitución tunecina. Ahora los tiempos han cambiado. Ennahda ha pasado del integrismo integral al integrismo integrado. No es una evolución, como parece, sino una involución.

Quiere convertirse en una fuerza de gobierno, para lo cual necesita dos cosas. Primero, en una sociedad fuertemente influenciada por el laicismo, como la tunecina, necesita reclutar votos de todos los rincones. Además, también necesita el visto bueno de los padrinos del norte, de los imperialistas.

El modelo es el de Erdogan en Turquía: separación entre la religión y la política en el ámbito público y fusión e islamización en el privado, coincidiendo también en la política exterior de sumisión al imperialismo, al sionismo y a los príncipes saudíes.

Inmediatamente después de la Primavera Árabe, llamada “revolución de los jazmines” en Túnez, un dirigente de Ennahda, Hamadi Jebali, se trasladó a Washington para recibir instrucciones de los senadores John McCain y Joseph Lieberman, lo peor de la reacción estadounidense.

Luego le tocó el turno al fundador y máximo dirigente, Rached Ghannouchi, un político muy apreciado por los grupos de presión sionistas en Washington. La invitación procedía del Washington Institute for Near East Policy que preside el sionista Martin Indyk que, dos años después le volvió a invitar, esta vez en nombre del Saban Center for Middle East Policy.

Como en los demás países musulmanes, el integrismo de Ennahda está plenamente integrado en la sociedad capitalista, hasta el punto de que hace de la buena vecindad con Israel una de sus señas de identidad. Si alguna vez estuvo fuera, su laicismo actual culmina el ingreso en el orden establecido.

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