En Detroit lo mismo que en Vietnam

Negros, esclavos y rebeldes (5)
En julio de 1964 estalló una revuelta en el barrio negro de Harlem, en Nueva York, como consecuencia del asesinato por un policía (blanco) fuera de servicio de un adolescente (negro) de 15 años. Las manifestaciones se transformaron en motines, los coches ardieron, las tiendas fueron saqueadas y los negros salieron a la calle con piedras, barras de hierro y cócteles Molotov para defenderse de la policía.

Progresivamente las protestas se extendieron de Harlem a Manhattan, Brooklin y Bedford-Stuyvesant. Luego, el levantamiento pasó de Nueva York a otras ciudades como Rochester. Las calles se convirtieron en un campo de batalla durante cuatro días y cuatro noches consecutivas. En otras ciudades los ecos no se apagaron hasta 10 días después.

El balance fue terrorífico: 7 muertos, 800 heridos de los cuales 48 eran policías, más de 1.000 detenidos y millones de dólares en daños materiales. La prensa se abalanzó contra aquel movimiento, al que acusaron de salvajismo y barbarie.

Fue el comienzo de una ola. El verano del año siguiente se produjeron levantamientos en todos los barrios más humillados de las grandes ciudades de Estados Unidos. A mediados de agosto, el barrio de Watts, en Los Ángeles, ardió literalmente durante cinco días a causa de la detención de un negro al que la policía acusó de estar borracho.

El balance fue aún peor que el año anterior en Nueva York: 35 muertos, 800 heridos, 700 viviendas incendiadas, un perímetro de 77 kilómetros cuadrados devastados y 500 millones de dólares en daños materiales.

Además, de Los Ángeles los negros se sublevaron en más de 20 ciudades: Jacksonville en Florida, Sacramento en California, Omaha en Nebraska, Nueva York, San Francisco, Chicago… En Cleveland, Ohio, la policía no pudo contener la revuelta y el gobernador tuvo que llamar en su auxilio a la Guardia Nacional. A finales del verano habían muerto 12 manifestantes y 400 heridos fueron conducidos a los hospitales.

El detonante de los levantamientos era siempre parecido. En Chicago, por ejemplo, se inició como consecuencia de que la policía detuvo a unos menores que abrieron una boca de incendios para refrescarse con el agua.

El verano del año siguiente los desórdenes volvieron a las calles, afectando a más de 100 ciudades. En Newark, Nueva Jersey, las protestas se sucedieron del 12 al 17 de julio. Hubo 27 muertos, de los cuales 25 eran negros. Ingresaron en la cárcel unos 1.500 detenidos, los heridos ascendieron a 2.000, las bloques de viviendas incendiados sumaron unos 60 y muchos centros comerciales fueron saqueados. Las paredes de las calles aparecían con numerosos impactos de bala y los blindados patrullaban las calles con las ametralladoras apuntando a los peatones día y noche.

En Detroit la sublevación duró del 24 al 28 de julio y, en palabras de Robert Kennedy, fue la crisis más importante desde el final de la guerra civil. El Washington Post la calificó como la mayor tragedia en la larga historia de los levantamientos de los barrios negros.

Todo empezó con una redada de la policía en un café clandestino frecuentado por los negros, que desencadenó las correspondientes protestas seguidas del feroz despliegue de terror policial. Ante su impotencia el gobernador llamó a los paracaidistas y los tanques de la Guardia Nacional, que comenzaron un asalto a los barrios negros, calle por calle y casa por casa. En los combates participaron la 82 y 101 división que llegaban de combatir en las selvas de Vietnam. Dispararon indiscriminadamente contra los peatones y la gente sentada en las plazas y los jardines. Los helicópteros ametrallaron las ventanas de las casas y bloques enteros de viviendas se consumieron en llamas. Por la mañana las calles aparecían devastadas por el fuego y las barricadas.

La represión se extendió. Las comisarías y juzgados colapsaron. Habilitaron como centro de detención un garaje subterráneo de la policía en el que se hacinaron hasta 1.000 detenidos. En la cárcel de la ciudad, con plazas para 1.200 presos, se agolparon 1.700. A otros detenidos tuvieron que internarlos en los reformatorios de menores, en autobuses…

El balance es aterrador: 41 personas murieron, 2.000 fueron heridos, 3.200 detenidos, otros miles perdieron sus viviendas, 1.500 centros comerciales saqueados, 1.200 incendios, las fábricas de automóviles paralizadas, 7.000 millones en daños materiales…

Todos los levantamientos tenían varios rasgos en común, además de los sangrientos enfrentamientos con la policía. Es evidente que no se pueden disimular como si sólo hubieran sido “disturbios raciales” y que iban mucho más allá de los “derechos civiles” porque no cabían dentro del Estado sino que iban dirigidos en su contra. Por eso el Estado no dudó en asesinar fríamente a los personajes que creía más representativos del movimiento, como Martin Luther King o Malcom X.

También es evidente que el movimiento estuvo acompañado por un contexto favorable de luchas y protestas de otros sectores sociales, como los blancos, en contra de la guerra de Vietnam, de los que no se pueden separar.

Desde luego que nunca existió nada menos parecido a un movimiento pacifista negro. La propia dureza de los enfrentamientos muestra que los negros no tenían ningún miedo porque no tenían nada que perder. Estaban dispuestos a todo. Formaban parte del odio profundo de los sectores más oprimidos de Estados Unidos contra el capitalismo y sus instituciones políticas, empezando por el Estado. Pero lo más importante es la falta de organización de los levantamiento y, por lo tanto, de dirección.

Cabe decir que el movimiento nunca tuvo dirección y que la represión política hizo todo lo posible, incluidos los asesinatos selectivos, para que nunca pudiera tenerla. Hay luchas que, en definitiva, es la propia situación quien las convoca; pero las realmente importantes las convoca una determinada organización.

La diferencia es crucial. Las luchas del proletariado negro en Estados Unidos en los años sesenta son la mejor ilustración de la diferencia entre una revuelta y una revolución. Las primeras están destinadas a perder; las otras están destinadas a ganar.

comentario

  1. La mayor ventaja del sistema somos nosotros mismos (currantes, pobres, proletarios, marginados, oprimidos, etc…) Si no nos respetamos ni entre nosotros, como vamos a querer cambiar nada? El gobierno mediante ingenierias sociales ya se encarga de que seas del R. Madrid o del Barcelona, de los dos no puedes ser, no te puede gustar el futbol, te tiene que gustar un solo equipo.Y si no, ya saldra algun energumeno automaticamente enegenado y programado que te hara elegir, para que entres al trapo y al enfentamiento.Hay que estar por encima de todo eso señores, respetarnos y unirnos ya que somos mayoria.No se puede ser tan torticero.

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