El tiro al negro: militarización policial en Estados Unidos

 Nicolás Bianchi

Esta vez ha sido en Ferguson, un pueblito al norte de St. Louis (Missouri), de unos 20. 000 habitantes, algo así como El Escorial. El asesinato a sangre fría -seis tiros a bocajarro- de un joven afroestadounidense de 18 años (Michael Brown) a manos de un «cop» (policía, madero) blanco, además de indignar a esta ciudad y reavivar las latentes tensiones raciales en EE.UU., ha reabierto un debate del que se habla poco o se invisibiliza: la militarización de la policía.

La Policía ha ido recibiendo ayudas de miles de millones de dólares para equiparse con armamento militar. El New York Times hablaba de más de 500 aviones de guerra (¡una Policía con aviones!), 432 blindados (suponemos que como las tanquetas tan «populares» en Euskadi no hace tanto), 44. 900 equipos de visión nocturna y 93. 763 fusiles de asalto a disposición de, como se diría por estos pagos, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que tan de corrido les sale a las «autoridades». Ya algo parecido se experimentó en la California de los años 60 para sofocar disturbios, como dicen ellos, en ciudades como Los Ángeles.

Se utilizan cada vez más comandos SWAT (Armas y Tácticas Especiales), una especie de «Hombres de Harrelson» que pasaron por la TVE en los años 70, finales, en una serie televisiva absolutamente demencial pero con pretensiones alienantes, que otra cosa ya no saben hacer. Ya no son tan «especiales» estas fuerzas pues se las ve en «misiones» rutinarias. Los SWAT intervienen para asuntos tan triviales -sigo aquí a Ángel Villarino- como una partida de póquer trivial -¡¡qué pensaría Maverick !!-, para cerrar una peluquería que trabaja sin licencia o un local donde presuntamente se vende alcohol a menores, e incluso para detener a un monje tibetano, pobrecillo, invitado poir una asociación pacifista a quien le había expirado el visado de turista. No consta un recuento oficial de las víctimas y estragos que dejaron en el camino estos robocops descerebrados a quienes no pagan por pensar, precisamente.

Las calles son patrulladas como zonas de guerra. Francotiradores con casco y traje especial, fusiles de asalto, lanzagranadas con lacrimógenos. ¿Estamos en Irak ? No, en Ferguson. El exalcalde («Mayor», en inglés) de Nueva York, Michael Bloomberg, un «bussinesman» bostoniano, un especulador, se mostraba orgulloso de ello y declaraba este tarado en 2011: «tengo mi propio ejército en el Departamento de Policía de Nueva York, que es el séptimo ejército más grande del mundo». No comment.

El Gobierno, tras la retirada de las tropas estadounidenses, al menos en teoría, en Irak y Afganistán, ha patrocinado el desvío de armamento hacia los cuerpos de Policía. Una Policía que se está militarizando enviando este mensaje, alto y claro, a los afroamericanos: «sois el enemigo». Suerte tiene Obama que no es negro-negro («nigger», como les llaman despectivamente) como los cojones de un grillo, o sea, que no va con él…

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