El tiempo se ha detenido

El 16 de febrero de 1600, hace más de cuatro siglos del día en que la Iglesia Católica ejecutó quemando en la hoguera al filósofo y científico italiano, Giordano Bruno, por el crimen de herejía.

La moderna inquisición ya no quema físicamente y en público, pues la dictadura actual que tomó hace años ya el relevo de la Iglesia, mata de otras formas y mediante otros procedimientos a los que considera herejes. Muerte que puede ser física en ocasiones o muerte política, o en una condena de cárcel, al ostracismo o a la marginación.

La Inquisición entregó su veredicto el 20 de enero de 1600: “Por este medio, en estos documentos… pronunciamos sentencia y declaramos al antedicho hermano Giordano Bruno un impenitente y pertinaz hereje… Además, condenamos, reprobamos y prohibimos todo lo por tí mencionado y tus otros libros y escritos por heréticos y erróneos, y nosotros ordenamos que todos los que han llegado o puedan llegar en el futuro a manos de la oficina santa sean destruidos y quemados públicamente en la Plaza San Pedro”.

Hoy en día podemos establecer un paralelismo, con la sentencia, no muy distinta en la intención, de la dictada por la mayoría de miembros del Tribunal Supremo respecto a las canciones de Pablo Hasel dado que Giordano Bruno presentó en “Chiamato il fastidio” una acusación contra la Iglesia. “Usted verá arrebatos de carteristas, ardides de tramposos y empresas de granujas en una entremezclada confusión; también deliciosa repulsión, dulces amargos, decisiones absurdas, fe confundida y esperanzas lisiadas, caridades de tacaños, jueces nobles y serios para con los propios, voces de astucia, no de misericordia, de modo que el que más cree es más engañado, y por todas partes el amor al oro”. Acusaciones similares a las letras de Hasel y de plena actualidad por lo que respecta al modus operandi y modus vivendi de los miembros de la casta política de nuestro país.

Ha tenido suerte Pablo de que hayan transcurrido algo más de cuatrocientos años, de lo contrario en lugar de encarcelado hubiera ardido en el patio del Palacio de El Pardo.

Salvando estas minucias, poca cosa más ha cambiado pues Sus Señorías sentadas en sus mullidas poltronas del Congreso y Senado hacen de espectadores, al igual que en 1600, ante la condena de quien canta verdades como montañas.

¿Deberemos esperar cuatrocientos años más para revertir la realidad actual?

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