El sainete del ruin Engels

 Juan Manuel Olarieta

El vínculo entre Marx y Engels es tan estrecho que sus biografías son siamesas. La hija pequeña de Marx, Eleanor, escribió: «La vida y la obra de estos dos hombres está tan estrechamente fusionada que es imposible disociarla». También Lafargue, uno de los yernos de Marx, comentó que ambos «forman, por así decirlo, una sola vida». En lo personal mantuvieron una relación tan íntima que siempre fueron la misma familia.

Lo mismo que la vida, la obra de ambos es una misma obra. Siempre ha resultado imposible editar las obras de uno separadas de las del otro. Muchos de los escritos que se atribuyen a uno, los redactó el otro. Algunos de los libros que uno escribió el otro los revisó. Al acabar de redactar «El Capital» en 1867 Marx le escribió a Engels: «Te debo solamente a tí haber podido hacerlo. Sin tu sacrificio no me hubiera sido posible llevar adelante los enormes trabajos necesarios para estos tres volúmenes».

En las luchas políticas se embarcaron en el mismo empeño, con una coordinación que no tiene parangón en la historia. No se les conoce ningún tipo de divergencias entre ellos, ni permitían que nadie hablara mal de uno en presencia del otro, como demuestra una carta de la hija de Kugelmann dirigida en 1928 al Partido Bolchevique en la que narraba los recuerdos suyos y de sus padres sobre Marx, quien había pasado largas jornadas en su casa de Hannover. Describe a Marx como un hombre al que nunca vio sobresaltarse, excepto una vez que escuchó a un militante hablar mal de Engels: «Las relaciones que existen entre Engels y yo son tan estrechas y cordiales que nadie tiene el derecho de inmiscuirse en ellas», dijo Marx.

No obstante, hay unos cuantos trileros empeñados en sostener lo insostenible: oponer el uno al otro. Creen que Engels es un segundón, un escalón inferior a Marx en el que creen haber encontrado un punto débil para atacar al marxismo. Uno de esos trileros fue Sidney Hook, profesor de la Universidad de Nueva York, que reunía dos condiciones indispensables: además de filósofo era un agente de la CIA y la finalidad de sus cursillos fue la de ofrecer a sus alumnos una interpretación realmente «revolucionaria» de Marx, según confesaba en uno de sus libros, que consistía en liberarla de las formulaciones «anticuadas» de Engels. Hook quería refundir a Marx con el pragmatismo, lo mismo que otros lo han intentado con el kantismo, con el hegelismo, con el sicoanálisis… con cualquier cosa menos con el ruin Engels. Desde entonces el marxismo tiene muchos sabores diferentes.

No es algo reciente sino que la burguesía empezó su batalla ideológica contra Engels durante la vida de ambos camaradas, como le escribió a Bernstein un mes después de la muerte de Marx: «El sainete del ruin Engels que ha falseado al bravo Marx se ha representado un número incalculable de veces desde 1844».

El propio Bernstein, que durante un tiempo tuvo la confianza de Engels, estuvo en el meollo del intento de dividir a ambos. En los últimos años de la vida de Engels, la socialdemocracia alemana manipuló la «Introducción» que escribió para una reedición de «Las luchas de clases en Francia» de Marx. Por consiguiente, el intento de desacreditar a Engels y enfrentarle con Marx es un empeño típico del revisionismo y, sin embargo, la desfachatez llega al punto de que algunos le imputan a Engels la degeneración revisionista de la socialdemocracia alemana: no fue víctima sino responsable de ella.

Pero mientras vivió Engels la socialdemocracia alemana no tuvo el coraje de atacarle de frente en el terreno político. Los primeros en hacerlo, los austriacos Victor Adler y Karl Vorländer, plantearon el ataque en términos filosóficos con la pretensión declarada de sustituir el repugnante materialismo dialéctico de Engels por el kantismo. A finales del siglo XIX en el Imperio Austro-Húngaro el revisionismo político se ligó al kantismo filosófico. El verdadero fundador de la socialdemocracia alemana había sido Kant y su verdadero fundamento no era científico sino ético, un ejercicio de la voluntad y un imperativo categórico disfrazado de «praxis». Adler, Vorländer y sus herederos introdujeron al marxismo en las polémicas filosóficas de la burguesía para convertirlo en otra corriente filosófica (burguesa) más, dentro de las varias que existen.

Los revisionistas austriacos pusieron todos y cada uno de los fundamentos filosóficos del ataque, que otros continuaron luego. Empezaron a hablar del marxismo como si fuera una teoría «crítica» de la sociedad, de la existencia de un «sujeto» revolucionario, denostaron el determinismo de Engels, su naturalismo, su metafísica, su dogmatismo, su cientificismo… Mientras Engels decía que Marx había puesto los fundamentos científicos del movimiento obrero, el socialismo científico, los revisionistas decían (y siguen diciendo) que el marxismo no es ciencia sino conciencia, una «cosmovisión» o ideología (crítica, eso sí) acerca de la sociedad en que vivimos. La ciencia, dicen ellos, es otra cosa diferente que nada tiene que ver con el marxismo.

El ataque dio un verdadero vuelco tras la Revolución de 1917, obligando a la burguesía a emplearse a fondo en la tarea de combatir al marxismo. Los que más se empeñaron en ello fueron los miembros de la Escuela de Frankfurt que llevaron la batalla a un frente distinto. Tras las marrullerías de aquellos autores (Adorno, Horckheimer, Habermas, Marcuse) Marx y Engels dejaron de ser los políticos que había creído la burguesía hasta entonces, elevando el marxismo a la categoría más digna de teoría. Desde entonces un puñado de intelectuales están enfrascados en sacar al marxismo de la práctica para convertirlo en una filosofía capaz de competir con otras. Como consecuencia de ello, a lo largo de un siglo el marxismo se ha convertido en algo tan refinado y exquisito que sólo los pensadores dominan la jerga cabalmente. Los demás son muy toscos y primitivos.

Como remate del proceso, aquel puñado de intelectuales burgueses se viste unos ropajes que en absoluto les corresponden. Se llaman a sí mismos «marxianos». En la medida en que la mayor parte de ellos son funcionarios de los aparatos ideológicos del Estado burgués, especialmente de la universidad, ostentan una imagen impecable: representan al marxismo mejor que nadie y sus obras alcanzan un eco que sólo sorprende por su mediocridad.

La experiencia de 100 años prueba que cuando alguno de esos intelectuales ha ingresado en un partido comunista, ha durado poco y se ha visto obligado a salir por la puerta falsa. El comunismo se ha llevado (y se lleva) muy mal con la intelectualidad, mucho peor de lo que imaginamos. A los académicos no se les suele ver en la reunión de una célula de barrio, haciendo pintadas por la noche o en un piquete. Pero como ellos tienen la sartén (de la producción intelectual) por el mango, han presentado las cosas de tal manera que en el choque el comunismo pierde frente a lúcidos escritores, injustamente vilipendiados por los grises burócratas del aparato.

¿Hay algo que aborrezca más un intelectual «marxiano» que el aparato? Sin embargo, aborrecen mucho menos el aparato del Estado burgués que les paga sus cátedras y sus simposios. El prototipo del «marxiano» es el de un funcionario que habla de luchar contra el Estado que le sostiene para que pueda seguir impartiendo lecciones.

La mayor parte de la intelectualidad burguesa mutila al marxismo de manera que sólo tiene en cuenta las obras de Marx y Engels, no sus biografías. Para ellos lo importante son los papeles, no el trabajo de organización, ni las barricadas, ni las huelgas, ni la Primera y la Segunda Internacionales. Pero mientras Marx y Engels trabajaron para la organización, todos esos intelectuales han trabajado siempre contra la organización, contra cualquier clase de organización y su propósito no es otro que el de desorganizar.

Por lo tanto, no sólo los escritos de los intelectuales burgueses, por más «marxianos» que se disfracen, no valen un pimiento, sino que ellos personalmente tampoco han llevado a cabo ninguna clase de tarea de organización que merezca la pena. En la medida en que su tarea ha sido la contraria, desorganizar, dichos intelectuales merecen el mismo tratamiento que Engels dispensó a Dühring.

En 1877 Dühring era profesor de la Universidad de Berlín, uno de los pocos, por no decir el único, que en aquella época se pronunció públicamente a favor del socialismo, lo cual era tanto como pronunciarse hoy a favor del «terrorismo». Era un autor de reconocido prestigio que podía servir como banderín de enganche de un partido entonces incipiente. Pero los escritos de Engels, especialmente el feroz tono que empleó, cayeron como un jarro de agua fría. No se le podía haber ocurrido nada más inoportuno para la socialdemocracia, que tuvo que incluir los artículos de Engels en Vorwärts (Adelante), su periódico. Si Engels es uno de los más odiados por los «marxianos» se debe en gran parte al Anti-Dühring, una de las obras marxistas más difundidas de todos los tiempos.

Dühring vivió casi 50 años después de que Engels publicara los artículos en su contra. Sus viejas simpatías socialistas habían sido una moda efímera de las que, como tantos otros intelectuales, acabó renegando para convertirse en un chovinista, racista y antisemita, autor de obras reaccionarias realmente repugnantes. Lo mismo le sucedió a Hook. Después de su interpretación «revolucionaria» del marxismo defendió la caza de brujas de McCarthy en Estados Unidos. Es típico de la intelectualidad desarraigada: con el mismo ardor con el que sostienen una teoría, defienden luego la contraria.

Engels hizo lo que los intelectuales «marxianos» más repudian: puso al marxismo en movimiento, lo convirtió en una fuerza organizada. Cuando Engels murió no sólo dejó papeles sino cooperativas, sindicatos, partidos y una organización internacional del proletariado con millones de militantes. Esa también es su obra. Ni él ni Marx escribieron para ninguna universidad sino para esa organización, para dotarla de un línea, de un programa y de una ciencia revolucionarias. Su filosofía (que es la misma que la de Marx) es partidista, decía Lenin. Se escribió por y para el proletariado, forma parte integrante de su vanguardia organizada y no tiene ningún sentido fuera de ella.

Los ataques contra Engels van, pues, dirigidos contra las organizaciones del proletariado. Una vez liberado el marxismo de Engels, es decir, de la organización, la burguesía devuelve la filosofía a la teoría, al punto inofensivo en el que puede neutralizarla. De ahí pasa a las universidades, a los libros y a las librerías, en cuyos escaparates compite con otras teorías, otros libros y otras librerías.

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