El fracaso de Estados Unidos en Irak ha abierto las puertas a Rusia y China

Hace veinte años Estados Unidos invadió Irak. Bush describió la agresión militar como necesario para “liberar a su pueblo y defender al mundo de un grave peligro”. Unas semanas más tarde, se jactó de que la guerra había sido un éxito porque “las tropas estadounidenses habían expulsado al dictador irakí Sadam Husein y derrotado a su ejército”.

Bush aterrizó en un portaaviones estadounidense y se enfundó un traje de las Fuerzas Aéreas estadounidenses al estilo de Tom Cruise en “Top Gun”, orquestando la sesión fotográfica más grandiosa de la historia de Estados Unidos. “El tirano ha caído e Irak es libre”, anunció bajo una gran pancarta que proclamaba “Misión cumplida”.

El alarde publicitgario no tardó en desmoronarse. Antes de que Bush dejara el cargo, aumentó el número de tropas para luchar contra los yihadistas y los partidarios de Sadam. El caos ha continuado casi sin tregua desde entonces.

Gran parte de las críticas a la Guerra de Irak son el equivalente político de mirarse el ombligo. Se presta cierta atención, aunque quizá no la suficiente, a las posibles repercusiones regionales negativas. Tampoco se ha prestado suficiente atención, al menos al principio, a los importantes efectos sobre Rusia y China. Estas omisiones deben considerarse otros errores garrafales.

Desde el principio Arabia saudí se negó categóricamente a participar en la agresión. “No aceptamos que esta guerra amenace la unidad o la soberanía de Irak”, declaró un alto funcionario.

Arabia saudí permitió a los aviones de guerra estadounidenses utilizar sus bases aéreas, pero las relaciones han cambiado: Arabia Saudí ha estrechado poco a poco sus lazos con China y Rusia, esta última miembro asociado a la OPEP.

En los últimos años los saudíes han insistido en que pretenden evitar verse arrastrados a lo que Estados Unidos denomina “competición de grandes potencias”, según Gerald Feierstein, ex embajador estadounidense en Yemen. “Los saudíes han dejado claro que sus intereses se centran en mantener una relación sólida con su principal socio en materia de seguridad, Estados Unidos, su principal socio económico, China, y su principal socio en la OPEP, Rusia”.

La Guerra de Irak ha alterado radicalmente los puntos de vista saudíes hacia Estados Unidos y estos cambios se reflejan ahora dramáticamente en los asuntos internacionales.

Durante la Guerra del Golfo de 1990-1991, cuando Estados Unidos encabezaba el desalojo de las fuerzas invasoras irakíes de Kuwait, Moscú ayudó a los estadounidenses facilitando el paso de vuelos militares sobre Rusia.

Pero en 2003 Rusia consideró la Guerra de Irak como una violación del derecho internacional y un ataque a un gobierno con el que Moscú había mantenido relaciones diplomáticas y comerciales.

Putin intentó frenar las tendencias unilaterales de Estados Unidos. En los Balcanes se opuso a la guerra aérea de Clinton contra Serbia y en favor de Kosovo.

En marzo de 2003 pidió el fin de la Guerra de Irak. “Si permitimos que la ley del revólver sustituya al derecho internacional, según el cual los fuertes siempre tienen razón y derecho a hacer cualquier cosa, se pondrá en tela de juicio uno de los principios fundamentales del derecho internacional: el principio de la soberanía inalienable de los países”, afirmó.

Desde entonces, Putin ha protegido a quienes considera sus amigos, incluido el gobierno sirio dirigido por Bashar Al-Assad, diplomática, política y militarmente. Rusia ha proporcionado bombardeos aéreos para paralizar a los yihadistas, ayudando al ejército de Assad y a sus aliados libaneses a hacerlos retroceder hacia el noroeste de Siria.

Rusia ha llenado el vacío dejado por Estados Unidos. El firme apoyo aflojó después de que Estados Unidos, escaldado en Irak, se negara a apoyar plenamente incluso a los “rebeldes moderados”.

La disposición de Irán a suministrar aviones no tripulados a Rusia para que los utilice en sus bombardeos sobre Ucrania es la última manifestación del nuevo papel de Moscú.

Mientras tanto, la influencia económica de China en Oriente Medio se ha visto reforzada por la ineptitud de Estados Unidos en Irak. La región se ha incorporado a los planes de la Nueva Ruta de la Seda, desvelados en 2013. En 2020 China fue uno de los mayores importadores de petróleo de Oriente Medio.

Antes China se centraba en sus cercanías y en cuestiones económicas. Ahora se encuentra en el centro de la diplomacia mundial. Su ayuda para reanudar las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudí e Irán es un ejemplo llamativo: los saudíes fueron en su día aliados incondicionales de Estados Unidos.

También lo es el plan de Pekín para poner fin a la guerra en Ucrania fomentando un alto el fuego y conversaciones de paz.

Los planificadores de la guerra de Bush tenían en mente la organización de un nuevo Oriente Medio. No pensaron que la guerra de Irak y su ineptitud se vería como una apertura a nuevas actividades políticas y militares exteriores por parte de Rusia y China.

“La guerra de Irak puso fin a una era de arrogancia occidental sobre la teoría y la práctica de la promoción de la democracia”, escribe Louise Fawcett, profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad de Oxford. “Para Rusia y China, la guerra de Irak ha contribuido así a erosionar el mito de la omnipotencia occidental y a convertir Oriente Medio en un espacio competitivo de oportunidades económicas y estratégicas”.

La estrechez de miras y las falsas expectativas contribuyeron a configurar estas nuevas realidades geopolíticas, al igual que los engaños utilizados por el gobierno de Bush para promover la guerra.

La razón declarada de la invasión era impedir que Irak desarrollara armas de destrucción masiva: nucleares, químicas y biológicas. A pesar de la insistencia de Bush y sus funcionarios en que tales programas existían, no se encontró ninguno.

El gobierno estadounidense y sus funcionarios de inteligencia también han insistido en que Sadam Husein estuvo implicado en los atentados de Al Qaeda de 2001 en Nueva York y Washington. Pero la historia demuestra que no es así.

Las acusaciones estaban “llenas de basura”, afirmó Robert E. Kelly, investigador asociado del Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (Sipri). Kelly formó parte de un equipo del Organismo Internacional de Energía Atómica que investigó la afirmación de que Irak tenía armas nucleares.

“Prevalecieron la política, la conformidad y el pensamiento de grupo”, escribe Kelly en un ensayo en un ensayo publicado por el Sipri el 9 de marzo. “El resultado de todo esto fue una guerra que mató a cientos de miles de personas y alimentó años de inestabilidad en Irak y en toda la región”.

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