El efecto matrix: de la realidad real a la realidad virtual

A mediados de 1994 un editorial de la revista Time pronosticó que internet jamás tendría una difusión masiva. Se equivocaron. También se equivocaron todos aquellos que, al comprobar ese error, cometieron el segundo: empezaron a predicar sobre la “sociedad de la información”, como si internet tuviera algo que ver con la información.

Todo lo que llega a eso que Time llamaba “gran público”, como internet, es un mercado y, por lo tanto, se atiene a las leyes del mercado, que son las del capitalismo.

Los sitios que se venden como centros de comunicación, como Google o Facebook, son grandes monopolios sometidos a esas mismas leyes. El que crea que se informa en internet es como el que antes creía que se informaba leyendo “El País” o “La Razón” o “El Imparcial”.

En “El Capital” Marx lo llamó “el fetichismo de la mercancía” que consiste tanto en engañar como en engañarse, porque los hay que se creen sus propias mentiras, como esa cuadrilla de opinadores que ahora se echa las manos a la cabeza con la insospechada victoria de Trump. Ya ocurrió con el Brexit y ahora ha vuelto a ocurrir.

Los sondeos -dicen- daban la victoria a Clinton y nunca pensaron en niguna otra posibilidad. Pero la demostración más evidente de que iba a ganar Trump es que los sondeos daban la victoria a Clinton. Como ya hemos expuesto en otra entrada, los sondeos casi nunca aciertan.

En las fabricación artificiosa de eso que los expertos califican como “opinión pública”, o sea, la plebe, las redes sociales desempeñan un papel cada vez más importante: los bulos, los rumores, radio macuto, me gusta…

Algunos informáticos (¡pobrecillos ellos!) han elevado a Google a los altares. Lo llaman San Google porque se creen que ven el mundo a través de las gafas que la multinacional les pone justo delante de su retina. Lo mismo opinan de la Wikipedia.

Los que están al otro lado de un buscador como Google se mueren de la risa. Bastan unas pocas líneas de código para retocar todas las noticias que circulan por internet. A unas las convierten en “tremending topic” y de las otras nunca más se supo. Google es como cualquier sociedad de clase: si no estás en lo más alto no eres nadie.

Antes la gente creía que se informaba por la tele y ahora cree que se informa por las redes sociales. Los usuarios se creen que “buscan en internet” cuando en realidad Google se encarga de buscar por ellos y darles todo ya hecho, masticado y digerido.

La agencia de comunicación Enigma explica que los algoritmos informáticos predicen los contenidos que -por ejemplo- un militante partidario de Clinton espera leer. Su fundador Olivier Perez Kennedy afirma que “todos los mensajes que aparecen en Facebook” han sido filtrados previamente.

El diario británico The Guardian propuso a 10 internautas estadounidenses, cinco liberales y otros tantos conservadores, intercambiar sus perfiles durante el último mes de la campaña electoral. La experiencia no pudo ser más frustrante para todos ellos, que se vieron atrapados, “como si estuvieran metidos en una sala repleta de gente que padecía delirios paranoicos”.

Lo mismo que Google, las redes sociales crean burbujas (“bubble”, en la jerga infomática inglesa) para que cada usuario se vea reconfortado por un eco de opiniones concordantes con la suya. Cada uno de ellos busca las opiniones de quienes piensan como él y Facebook se lo da. Nos gusta vernos rodeados de los nuestros y algunos incluso creen que todo (y todos) son así, una prolongación de nosotros mismos.

Facebook tiene a sus usuarios clasificados como el ordenador de la policía y aunque te ilusiones creyendo que puedes cambiar tu perfil, eso no depende de tí. No te puedes hacer pasar por pacifista si Facebook sabe que te gustan las armas.

La realidad virtual es así de engañosa. Nosotros aconsejamos cambiarla por la realidad real como única manera de cambiar la realidad misma.

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