El colonialismo en la formación de la Unión Europea

En su libro sobre el papel del colonialismo en la formación de la Unión Europea, publicado en 2014, los suecos Peo Hansen y Stefan Jonsson explican que la explotación de África desempeñó un papel central en la construcción europea (*).

Los historiadores ofrecen un relato diferente de la génesis de la Comunidad Económica Europea (CEE), precursora de la Unión Europea (UE). Sostienen que la integración europea es inseparable del colonialismo europeo y se ha construido en torno a un concepto clave: Euráfrica.

La idea de Euráfrica fue planteada por primera vez en 1923 por el político austrohúngaro Richard Coudenhove-Kalergi, que la veía como una oportunidad para que los países europeos superaran conflictos y se unieran administrando conjuntamente territorios coloniales en África.

En 1931 el Primer Ministro francés George Caillaux resumió el proyecto de la siguiente manera: “Europa apoyada por África, Europa reconciliada por África”. La unión permitiría explotar al máximo los recursos del continente africano y resolver algunos de los problemas a los que se enfrenta Europa, como la superpoblación y el desempleo.

A pesar del “utopismo” ingenuo de sus defensores, que soñaban con proyectos faraónicos, como una presa en el estrecho de Gibraltar imaginada por el arquitecto alemán Hermann Sörgel, Euráfrica fue durante un tiempo “una doctrina oficial de política exterior”. Incluso se propuso a Hitler el acceso a las colonias francesas y británicas en plena política de apaciguamiento, a partir de 1933.

Pero lo que sólo fue una moda de entreguerras resurgió después de 1945 gracias al contexto internacional de la Guerra Fría y las luchas anticoloniales. Euráfrica apareció entonces ante una Europa debilitada como un medio de transformar la dominación colonial para mantenerla mejor, constituyendo al mismo tiempo una tercera superpotencia capaz de participar en el nuevo orden mundial.

En el centro de este nuevo impulso se encontraba Francia, deseosa de desarrollar sus territorios africanos. Los autores citan los proyectos del diplomático Eirik Labonne, quien, para aprovechar mejor los recursos africanos, imaginó una nueva organización industrial y estratégica de las colonias francesas, más realista que los grandes proyectos de la preguerra, pero tan vasta que requeriría la financiación de “naciones europeas antaño enemigas [que] se unirían en un acto de solidaridad práctica”.

Desde principios de los años cincuenta, las propuestas de los partidarios de Euráfrica en Francia “servirían de guía para las inversiones y las políticas destinadas a modernizar la Unión Francesa”, cuyo destino dependería de “una Unión Europea que se haría cargo de una parte de las colonias y […] prosperaría gracias a los inmensos recursos, aún sin explotar, de África”.

A la inversa, los defensores de la integración europea consideraban que ésta no podría realizarse sin las colonias, como hizo el representante francés en la Asamblea Consultiva del Consejo de Europa, Raphaël Saller, quien declaró en 1952: “Ninguna comunidad política europea podría vivir […] sin la asociación de los países de ultramar que tienen vínculos constitucionales con Europa”.

El 9 de mayo de 1950, en una declaración considerada fundamental en el proceso de construcción europea, el ministro francés de Asuntos Exteriores Robert Schuman, uno de los “Padres Fundadores de la Unión Europea”, hizo un llamamiento a Europa para que “prosiguiera una de sus tareas esenciales: el desarrollo del continente africano”.

Ya en mayo de 1956, en plena negociación del futuro Tratado de Roma, que dio origen a la CEE, la postura oficial de Francia era clara: ninguna entrada en el mercado común sin los territorios de ultramar (TOM).

Los autores muestran que la cuestión de la integración de las colonias en la CEE fue una de las más difíciles de resolver. Francia y Bélgica soñaban con “un mercado común euroafricano en el que estos territorios estuvieran plenamente integrados”, mientras que Alemania y los Países Bajos se mostraban prudentes ante el coste de las inversiones que había que realizar, aunque estuvieran de acuerdo con el principio.

En vísperas de la firma del Tratado de Roma (25 de marzo de 1957), el Presidente del Consejo francés, Guy Mollet, se mostró entusiasmado con el giro de las negociaciones: “Hoy nace una unión aún mayor: Euráfrica”.

En realidad, los fondos asignados a los TOM fueron mucho menores de lo que Francia esperaba, y el concepto de Euráfrica desapareció pronto de discursos y escritos. Pero su constitución supuso la integración de las colonias francesas en “una organización supranacional en la que las relaciones bilaterales franco-africanas [podrían] redefinirse y consolidarse”.

Así, Euráfrica permitió a Francia iniciar la metamorfosis de su colonialismo. Al igual que Françafrique, Euráfrica no ha muerto. A pesar de la independencia, 18 Estados africanos mantienen su asociación con la CEE en el marco del Convenio de Yaundé (1963), ampliado por el Convenio de Lomé (1975-2000) y luego por el Acuerdo de Cotonú, firmado en 2000 y aún en vigor.

(*) Peo Hansen y Stefan Jonsson, The Untold History of European Integration and Colonialism, Londres, 2014
http://www.academia.edu/24440049/Review_to_Euráfrica_by_Hansen_and_Jonsson

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