Cuba se resiste a ser ‘libre’

Ya es una constante la periodización de los intentos contrarrevolucionarios por devolver a Cuba al «mundo libre» y sus excelencias. Cada cierto tiempo se fomentan, auspician y financian intentonas gusanas socolor de «revoluciones naranjas» con soporte en firmas de la «intelectualidad» más vendida y rastrera nativa y occidental. Dejan pasar un intervalo y vuelven, sin desmayo, a las andadas apoyados por la reacción internacional, léase europea y latinoamericana. Si a ello se añaden firmas de renombrados «izquierdistas», incluso que se llaman a sí mismos «marxistas», miel sobre hojuelas. Cuando un «intelectual liberal» denuncia la presunta falta de libertad de expresión en la isla, en realidad está preguntando hasta qué punto y límite se puede ser contrarrevolucionario y tocapelotas sin que se le falte a uno, por supuesto, al respeto, que sería atentar contra los «derechos humanos» (concepto hace tiempo manoseado nauseabundamente por la reacción internacional). Reclamándose, esto sí, y ante todo, «demócrata» de terciopelo, otrosí: contra las dictaduras, sobre todo de «izquierdas», como la cubana. Antes, en otro tiempo, era contra las dictaduras sin adjetivos y se daba por hecho que eran fascistas tipo Pinochet. La sociología norteamericana «descubrió» que también existían las «dictaduras de izquierdas», por ejemplo, la cubana, la de Fidel Castro. Había que admitir que, por lo menos, el gobierno de Castro era de izquierdas, comunista, totalitario, una satrapía (sin saber siquiera qué es una «satrapía» y menos un «sátrapa»). Ya tenemos, pues, metidos en el mismo saco, insaculados, dos clases de dictaduras: la fascista y la comunista. Y en medio, nuestros lindos e inmaculados intelectuales y artistas ergo: demócratas por definición y ex nihilo.

El modelo de democracia que se pide para Cuba es el occidental, o sea, lo que entraña lo formal: elecciones, un Parlamento, separación de poderes y para de contar. Sabemos lo que da de sí este sistema en la realidad de los países que vivimos, pero hay una libertad que está debajo de estas supuestas libertades formales que se exigen para Cuba (o Corea del Norte), y es la sacrosanta libertad no ya de propiedad, que se da por sagrada, sino la libertad de corrupción. Un país será verdaderamente libre cuando se pueda corromper y ser corrompido por quien pueda hacerlo. Y ese país será plenamente democrático si hay unos tribunales que condenen a los corruptos pillados en sus agios y chanchullos y, en el colmo de las libertades, sean condenados a penas de cárcel. Que eso es la quintaesencia de la democracia: que haya corrupción y se pague por ella. Y eso es lo que diferencia una oscura dictadura de una democracia transparente. No queremos ser irónicos, pero en una dictadura se tapaban las corruptelas, y en una democracia la «prensa libre» puede destaparlas para que el juez «independiente» proceda a limpiar los establos de Augías. No es cierto porque, bajo Franco, surgió el llamado «caso Matesa», un ajuste de cuentas político entre «familias» del régimen franquista (entre tecnócratas y opusdeístas), o Reace (con muertos) o Sofico, aunque es cierto que la mayoría de las corruptelas se tapaban… igual que se hace ahora pues hay cientos de casos que duermen en los cajones de las redacciones de periódicos que se sacan a la luz por razones políticas y no por afanes de limpieza democrática. Esto es como las vacunas: se sacan al mercado de prisa y corriendo, experimentalmente, sin probaturas previas, no por razones sanitarias, sino comerciales. Así pues, cuanto mayor sea el grado de corrupción, más alto será el gálibo de la democracia que el pueblo -como gustan decir en España con humor fúnebre- «se ha dado a sí mismo».

No diremos aquí, aunque nunca sobra, que las mentiras que se dicen de Cuba (o Venezuela) se calla de Colombia o Ecuador porque, primero, se da por supuesto que lo que se dice de Cuba es cierto, y segundo, porque se equipara y se pone al mismo nivel países de regímenes distintos e incomparables salvo en rubros específicos como el desarrollo de sus sociedades en materias sensibles para el pueblo como la educación, sanidad, etc. Son conceptos heterogéneos. Es locución popular oír decir, por ejemplo, «¡no vas a comparar (esto o Fulano) con… (lo otro o Mengano)!», queriéndose decir que son magnitudes incomparables. A Bolsonaro no se le puede comparar, políticamente, con Díaz-Canel, presidente cubano, sino con, por ejemplo, Pedro Sánchez, donde ambos países tienen un sistema capitalista y, por tanto, son cantidades homogéneas. En Cuba se sale de eso, son otros los parámetros. Resulta un tanto pueril, y hasta infantil, contestar, cuando se oye difamar sobre Cuba, «joer, pues mira lo que pasa en Brasil…» porque se mide con el mismo rasero. Y no, aunque supongo que es inevitable…

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