Condenados a la salvación

La lunática campaña de vacunación masiva, si bien no obligatoria stricto sensu, pero no exenta de fuerte coacción directa y amenaza indirecta, tiene, si bien se mira, ribetes, connotaciones y aristas religiosas. Y, por supuesto, discriminatorias como se puede ver, aún más claramente, en la extensión del pasaporte covid o sanitario que no es sino una forma más de forzar a la gente a que se vacune si quiere viajar o, simplemente, entrar en un restaurante o un teatro, que hasta ese extremo llega la paranoia.

Recuerda las medievales «limpiezas de sangre» donde se distinguía entre «cristianos viejos» y «nuevos», esto es, entre quienes no tenían mácula de sangre en sus venas, léase judía o mora, y quienes eran moriscos o judíoconversos, o sea, cristianos de segunda categoría. Lo que no era óbice, en una muestra de hipocresía, para que judíos adinerados o preparados y formados profesionalmente ocupasen elevados puestos de la administración de la Corona. Igual que si eres «famoso» puedes sortear ese pasaporte y desplazarte a cualquier punto del globo.

Tenemos, pues, una clara muestra de discriminación social que el lector puede trasladar a los judíos marcados en la época nazi antes de los campos de concentración.

Volviendo a la vacunación no nos resistimos a compararla con los bautismos forzosos de otras épocas de conquistas ya periclitadas. Si a la fuerza ahorcan, como suele decirse, lo mismo cabría decir que «a la fuerza bautizan-vacunan». Si en los tiempos coloniales se bautizaba bajo la amenaza de la espada, ahora te bautizan ya recién nacido (salvo que seas anabaptista) y te vacunan bajo la más absoluta de las desinformaciones y con la severa admonición de un sumo sacerdote que viste la bata blanca de la llamada comunidad científica con sus inquisidores en la que no creemos, sometida a intereses espurios, pero sí en la Ciencia.

Y así tenemos que de igual modo que se bautiza al recién nacido, se ha llegado a oír la criminal intención de vacunar a criaturas de meses. Imagina uno la siuación tragicómica del padre que lleva a su hijo/a al Registro Civil y el funcionario le pregunta: ¿Religión? «Católica», responde. ¿Vacunado? «Por supuesto», responde casi ofendido por la duda. Se permitiría incluso que el padre dijera que no tiene religión a que confesara el grave delito de no haberse vacunado, esto no. Sería un atentado a la Humanidad, un ejercicio de «irresponsabilidad».

Pero lo peor y que no puede soportar una dictadura fascista sanitaria: un acto de desobediencia, un amago de rebeldía. por lo tanto, su destino es el limbo (si no estás bautizado) o el lazareto si eres tratado como un leproso (que, por cierto, no contagian), al manicomio si eres Miguel Bosé o al averno si denuncias y combates la estafa de la pandemia y sus planes de control social (y neomalthusiano en «altruistas» tipo Bill Gates) ante el marasmo y crack del sistema capitalista y sus miserias.

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