Catalunya: una crisis del Estado y del estado de las autonomías

Catalunya, aparta de mí este cáliz (2)

La crisis de Catalunya es la crisis del Estado centralista remozado en 1978, la del Estado de las Autonomías, que fue la reforma más importante realizada durante la transición del viejo Estado que los fascistas habían levantado en 1938 sobre miles de cadáveres, presos y exiliados.

Hace tiempo que dicho Estado ha entrado en una crisis irreversible, que no puede contar ya con los apoyos que tuvo en 1978, entre ellos los de “la izquierda” domesticada, que se prestó a colaborar en el cambio de fachada para echarle un capote a los fascistas.

La crisis es total por varias razones que es necesario poner de manifiesto. No es sólo una crisis económica, ni sectorial, ni del bipartidismo, ni de gobierno. Es todo eso y mucho más. Es una crisis del cambio y del recambio que no deja alternativa ni margen de maniobra a la clase dominante. Ya pueden convocar elecciones todos los meses que no van a encontrar ninguna solución, ni en las papeletas ni en las urnas.

En su caída, los fascistas no tienen asidero alguno al que aferrarse. La crisis es internacional, empezando por la Unión Europea. Los medios de intoxicación, que en 1978 también echaron un capote, ahora ya no pueden hacerlo porque, a su vez, también están en crisis. La crisis alcanza a los reformistas, incapaces de embaucar ni siquiera a sus votantes. La crisis es constitucional, de las viejas y nuevas instituciones públicas, empezado por la monarquía y acabando por los ayuntamientos…

En cualquier lugar que uno mire, lo que aparece es un estado de ruina inminente, una situación ya conocida en 1978 que entonces pudieron superar porque -entre otras- contaban con dos buenas cartas para jugar, la de los reformistas y la de los “nacionalistas”. Normalmente se habla mucho de los primeros, de su “traición”, pero nada de los segundos, de sujetos como Josep Tarradellas, Jordi Pujol y otros (catalanes, gallegos y vascos) de la misma catadura que entonces se embarcaron a sostener el Estado fascista en crisis.

Ahora ya nadie habla de ellos, de los “nacionalistas”, como solución sino como problema, e incluso más: como causa del problema. Entonces los centralistas tuvieron que hacer concesiones, muy importantes para ellos y su querida “unidad de la patria”. Es importante recordar un dato capital del que nadie se acuerda: de los viejos partidos institucionales que han sometido a España desde la transición, sólo el PP se negó a votar a favor de la Constitución, mientras que ahora la tienen cada día en la punta de la lengua y se envuelven con ella tanto como con su asquerosa bandera.

A ese dato interesante hay que añadirle su complemento, que es aún más revelador: el PP (entonces AP) se negó a votar a favor de la Constitución porque estaba en contra del Estado de las Autonomías. Por el contrario, ahora el PP se ha convertido en el mayor defensor del sistema autonómico, por no decir el único, justo cuando los demás quieren reformarlo o, simplemente, ya no lo quieren.

Uno de los mayores ineptos que ha pasado por el gobierno, el ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, expresó un punto de vista muy extendido en Madrid: España es uno de los países que más concesiones otorga a las autonomías, más que Alemania, por ejemplo, que es un Estado federal. ¿Qué más quieren esos catalanes? Son voraces, su apetito es insaciable…

No les faltan razones a quienes quieren congelar el reloj en la radiografía de la Constitución y de la correlación de fuerzas que entonces prevalecía y que ahora ha cambiado. Son como el padre amoroso que autoriza a sus hijos adolescentes que salgan de noche, siempre que lleguen antes de las 10 y luego -cuando no queda otro remedio- les amplía el horario a las 11, las 12… ¡Qué más quieren estos jóvenes! El problema inevitable es que, con el transcurso del tiempo, los adolescentes se hacen mayores de edad y, en efecto, lo quieren todo, quieren sacudirse de encima la tutela vigilante de papá.

Ni en 1978 ni después, los fascistas han considerado que las nacionalidades (Catalunya, Galiza, Euskadi) tengan derechos que les corresponden como tales. Por eso metieron en el Estado de las Autonomías el “café para todos”, donde Murcia es otra región igual a Catalunya. Los fascistas no reconocen derechos a nadie; hacen concesiones, que no es lo mismo, y lo hacen, además, forzados por las circunstancias políticas, por la crisis y por el empuje de las movilizaciones. Con ellos las cosas no funcionan de otra manera.

Si en 1978 cedieron a regañadientes, ahora no lo van a hacer. Los “nacionalistas” ya no son una tabla de salvación como entonces. Lo poco más que les podrían dar, éstos ya no lo quieren. Como pronosticó Lenin, bajo el imperialismo se agudiza “el yugo nacional”. Las contradicciones nacionales no se pueden solventar ni con represión, ni con migajas, ni metiendo la cabeza debajo del ala. Para ello es necesario cambiar de Estado y reconocer que las naciones tiene derecho a decidir su futuro por sí mismas.

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