Aparece quemado un centro de torturas de la CIA en Kabul

Un comandante talibán invitó a los medios de comunicación a inspeccionar el lugar donde Estados Unidos realizó incursiones mortales y torturó a los prisioneros.

Los coches, minibuses y vehículos blindados que la CIA utilizaba para librar su guerra en la sombra en Afganistán fueron alineados y quemados hasta quedar irreconocibles antes de que se marcharan las tropas estadounidenses. Bajo sus caparazones de color gris ceniza, los charcos de metal fundido se habían solidificado en depósitos permanentes y brillantes de metal cuando el fuego se apagó.

La falsa aldea afgana en la que entrenaron a fuerzas paramilitares vinculadas a algunos de los peores abusos contra los derechos humanos de la guerra se había derrumbado sobre sí misma. Sólo un alto muro de hormigón dominaba todavía los montones de barro y las vigas retorcidas que antaño se utilizaban para entrenar en los odiosos asaltos nocturnos a las casas de los civiles.

El enorme depósito de municiones fue destruido. Los numerosos medios para matar y mutilar a los seres humanos, desde los fusiles hasta las granadas, desde los morteros hasta la artillería pesada, dispuestos en tres largas filas de contenedores, uno encima de otro, se redujeron a fragmentos de metal retorcido. El estallido de la enorme explosión, que se produjo poco después del atentado suicida en el aeropuerto de Kabul el 26 de agosto de 2021, sacudió y aterrorizó a la capital.

Todos estos edificios estaban situados en el complejo de la CIA, que durante 20 años ha sido el centro oscuro y secreto de la “guerra contra el terror” dirigida por Estados Unidos, un lugar donde se han producido algunos de los peores abusos que han empañado la operación en Afganistán.

El vasto complejo de la ladera, que abarca tres kilómetros cuadrados al noreste del aeropuerto, se hizo tristemente célebre al menos en 2005 al comienzo del conflicto por las torturas y asesinatos cometidos en su prisión llamada “Salt Pit”, cuyo nombre en clave era Cobalt para la CIA. Los hombres que estaban recluidos allí la llamaban la “prisión oscura”, denunciada por Human Right Watch en diciembre de 2005, porque no había luz en sus celdas. La única luz ocasional provenía de los faros de los guardianes.

Fue aquí donde Gul Rahman murió de hipotermia en 2002 tras ser encadenado a una pared, medio desnudo, y dejado toda la noche a temperaturas bajo cero. Su muerte dio lugar a las primeras directrices oficiales de la CIA sobre los interrogatorios en el marco de un nuevo régimen de tortura, que se plasmaron en un informe de 2014 en el que se concluía que el maltrato a los prisioneros no aportaba información útil (*).

La base fue durante dos décadas un secreto muy bien guardado, visible sólo en las fotos de los satélites, guiados por el testimonio de los supervivientes. Ahora, las fuerzas especiales talibanes se han trasladado al lugar y, recientemente, han abierto brevemente el recinto secreto a los periodistas.

“Queremos mostrar cómo han desperdiciado todas estas cosas que podrían haber servido para construir nuestro país”, dijo el mulah Hassanain, comandante de la unidad de élite 313 de los talibanes, que dirigió el recorrido por los recintos destruidos y quemados, los “pozos de fuego” y los coches, autobuses y vehículos militares blindados calcinados.

Las fuerzas especiales talibanes incluyen a los terroristas suicidas que recientemente marcharon por Kabul para celebrar la toma de la capital. Vehículos que ahora llevan el logotipo oficial de su “escuadrón suicida” escoltan a los periodistas por la antigua base de la CIA.

Fue una yuxtaposición inquietantemente irónica de las unidades más crueles y despiadadas de ambos bandos de esta guerra, un recordatorio del sufrimiento infligido a los civiles por todos los combatientes bajo la apariencia de objetivos superiores, durante varias décadas.

“Los aspirantes a mártires fueron los responsables de los ataques a lugares importantes de los invasores y del régimen. Ahora controlan lugares importantes”, dijo un funcionario talibán, cuando se le preguntó por qué los escuadrones suicidas escoltaban a los periodistas, y si iban a seguir operando. “Este es un batallón muy grande. Son responsables de la seguridad de lugares importantes. Se ampliarán y organizarán mejor. Siempre que haya una necesidad, responderán. Siempre están dispuestos a hacer sacrificios por nuestro país y la defensa de nuestro pueblo”.

Según el mulah Hassanain, tienen previsto utilizar la base de la CIA para su propio entrenamiento militar, por lo que es probable que este breve vistazo al complejo sea la primera y última vez que se permita la entrada a los medios de comunicación.

Los hombres que lo custodiaban ya se habían puesto el camuflaje a rayas de tigre de la antigua Dirección Nacional de Seguridad afgana, la agencia de espionaje que antes se encargaba de seguirlos.

Las unidades paramilitares que operaban aquí, con sede en cuarteles justo al lado del emplazamiento de la antigua prisión de Salt Pit, eran de las más temidas del país, envueltas en acusaciones de abusos que incluían la ejecución extrajudicial de niños y otros civiles. Los barracones habían sido abandonados tan rápidamente que los hombres que los habitaban habían dejado atrás alimentos apenas iniciados, y los suelos de los barracones estaban llenos de objetos personales desparramados por las taquillas vaciadas, despejadas en un aparente frenesí.

En su mayor parte, se habían llevado o destruido todo lo que tenía nombres o rangos, pero estaba el parche 01 de la fuerzas especiales afganas aliadas y un libro lleno de notas manuscritas tomadas durante semanas de entrenamiento.

Cerca de allí, el edificio de la prisión de Salt Pit había sido aparentemente arrasado unos meses antes. Una investigación por satélite del New York Times reveló que, desde la primavera, un grupo de edificios en esta parte del complejo de la CIA había sido arrasado.

Los funcionarios talibanes dijeron que no tenían detalles sobre Salt Pit ni sobre lo que había sucedido con la antigua prisión. La familia de Gul Rahman sigue buscando su cuerpo, que nunca les ha sido devuelto.

Otras técnicas de tortura registradas en el lugar incluyen la “alimentación forzada por vía rectal”, el encadenamiento de los presos a barras por encima de sus cabezas y la denegación de “privilegios” de aseo, dejándolos desnudos o con pañales para adultos.

El equipo de construcción estaba abandonado en el lugar, con losas de hormigón a medio verter. Al lado, un edificio que había sido fortificado con puertas y equipos de alta tecnología había sido aparentemente bombardeado, su interior estaba tan totalmente destruido y quemado como los coches del exterior.

La destrucción de equipos sensibles en la base debió de ser compleja, y había pruebas de varias fosas de combustión en las que se arrojaron a las llamas desde botiquines hasta un manual de mando, así como piezas de mayor tamaño.

Los funcionarios talibanes se mostraron nerviosos por dejar entrar a los periodistas en zonas que no habían sido oficialmente despejadas. Según Hassanain, habían encontrado varias bombas trampa entre los escombros del campamento y temían que hubiera más.

Durante días, los helicópteros transportaron a cientos de personas desde la base hasta el interior del aeropuerto de Kabul, donde los hombres de la fuerza afgana 01, conscientes de que podrían ser objeto de represalias, ayudaron a asegurar el perímetro a cambio de evacuarlos en las últimas horas, según un acuerdo con Estados Unidos.

Cerca de allí había una sala de recreo en la que se acumulaban mesas de billar, ping-pong, dardos y futbolines. Una caja en la esquina contenía rompecabezas, del tipo cubo de Rubik. No está claro qué harán los talibanes, antaño tan austeros que incluso prohibían el ajedrez, con los accesorios del entretenimiento militar occidental.

—https://www.theguardian.com/world/2021/oct/03/inside-the-cias-secret-kabul-base-burned-out-and-abandoned-in-haste

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